Me dijo hace unos días en esta red social Rocío Flores Alcázar. Y la verdad es que me gustan las dos palabras, "romántico" y "ternura". Me siento un privilegiado porque me digan cosas significativas. Ya que esa fotografía me la hice en la puerta del Auditorio donde toca la Orquesta Nacional de España y he sacado las entradas para dos conciertos de enero donde va a interpretar la Sinfonía Mandred de Chaikosvski y la Segunda de Rachmaninov, dos de las obras más románticas de la música, de esas que te dejan estaqueado en mitad del patio como sucede con el amor, el verdadero amor, como diría Cortázar en Rayuela, una de las novelas de mi vida, qué mejor que ver amanecer, antes de irme a poner más exámenes, escuchando la historia que se inventó Lord Byron unos meses después de aquella noche mítica de 1816, en la Villa Diodati, una mansión romántica a orillas del lago Lemán, donde Mary Shelley se imaginó Frankenstein y Polidory el Vampiro.
La literatura y la música están llenas de "Faustos" que venden su alma para lograr la inmortalidad o conocer la belleza y poder tocarla con la yema de los dedos, como sería mi caso:
Un romántico viene a este mundo a comérselo mientras se escucha a Chaikovski, y eso es lo que he hecho yo toda mi vida, pero con ternura.
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