"Una de las cosas más curiosas y extrañas del ser humano es la de tratar de imponer sus ideas a los demás, sobre todo las de índole moral. Es esa vieja obsesión por adoctrinar, por la izquierda, por la derecha y el centro, desde la moral más reprimida a la inexistente, desde la interpretación de lo bello y lo feo hasta lo que es verdadero o falso. Son esas personas empeñadas en convencernos de lo que es el bien y el mal, en realidad de su interpretación del bien y el mal. Lo que no se ajusta a su visión queda "extramuros" de lo aceptable. Los demás son malos o buenos, golfos o ascetas, desagradables o simpáticos, siempre desde la mirada del que vive dando consejos a los demás, hablando de los demás, tal vez porque no tienen tiempo de mirarse a su propio interior.
Supongo que, de alguna forma, ser escritor es como ser el mar, libre, como la libertad que veo ahora mismo mientras escribo en el móvil y las olas desprenden la música de las esferas de Pitágoras".
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Releo este texto, pero no estoy mirando el mar, aunque sigo teniendo la misma sensación de libertad de siempre, la libertad que me brinda el estudio, la búsqueda del conocimiento, el intento permanente de comprender a todo el mundo. Esto lo aprendí de Ortega, entre otros escritores que leí de joven apasionadamente. Ayer por la mañana me hice esa foto delante de su escultura en la entrada de la Facultad de Filosofía de la Complutense.
Y ahora escucho música mientras amanece, la de Elgar. La música es otra de mis maneras de respirar:
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