A lo largo de mi vida, siempre
me han dicho que vivía como en una película. Yo siempre he sonreído y
comentado que cualquier vida es más interesante que una película.
Hace unos días viví una escena de película, además a cuenta de mi
película favorita de los últimos tiempos, lo cual tiene su gracia.
La contaré para que exista, que es algo para que estamos los escritores.
El tren iba muy despacio y se paraba continuamente. Yo intentaba leer
una novela de Peter Handke, a pesar de que no me concentraba, "El
momento de la sensación verdadera", cuando se habla del tren que llega a
la estación de Saint-Lazare en París. De pronto una joven de unos
veinte años, que no llevaba pañuelo en la cabeza, se puso a cantar "The
Fools Who Dream" dirigiéndose a un chico de la misma edad y que iba en
el asiento de al lado. Durante los primeros minutos apenas habían
hablado entre ellos; era como si estuvieran enfadados, aunque parecían
una pareja. Sin embargo, a mitad de la interpretación de la muchacha
(con tanta pasión como la que había utilizado Emma Stone en "La la
land") a todos se nos veía emocionados en el interior de aquel vagón
destartalado. Al final los chicos se besaron, y los demás nos pusimos a
aplaudir.
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