Ayer me pasé el día leyendo o releyendo al director de cine y escritor Eric Rohmer.
Este director francés (Nancy, 1920 - París, 2010) me ha acompañado toda
la vida. Como me ocurría con Woody Allen, cada año esperaba su película
en los cines Alphaville de Madrid, que ahora se llaman Golem. El nombre
original del cine era un homenaje a la película de Jean-Luc Godard, de
1965.
Sus "Seis cuentos morales" (1963-1972) le brindaron un puesto de lujo en el cine francés y europeo, a pesar
de que ya era conocido por fundar junto a Godard y Jacques Rivette la
revista de crítica cinematográfica "Gazette du Cinema", además de ser
redactor de la mítica "Cahiers du Cinéma". Antes de filmar las seis
películas escribió los relatos en los que se basan, que he vuelto a
releer después de varios años. Se califican como cuentos morales porque
los cuenta un narrador y ofrece su opinión a cada momento. Son historias
sencillas de encuentros y desencuentros entre hombres y mujeres. Se
cruzan por la calle en París o los presentan sus amigos o compañeros en
alguna casa de campo o de la playa. Empiezan a salir, se van a comer y
cenar frente a una copa de vino, se enamoran, se pelean, se reconcilian,
lo dejan, vuelven a encontrarse pasado un tiempo. Y se preguntan todo
el rato sobre lo que hubiera ocurrido con sus vidas de haber tomado
otras decisiones.
Más
adelante Rohmer realizaría sus "Comedias y Proverbios" (1981-1987), con
el destacado ejemplo de "Pauline en la playa", así como los "Cuentos de
las cuatro estaciones" (1990-1998). No quiero olvidar "El rayo verde"
(1986), su canto al amor a partir del sueño de Julio Verne. Es un "cine
en prosa", a partir de la sencilla profundidad del diálogo y el respeto
entre sus personajes. Como él mismo dijo en cierta ocasión: "Yo no digo
cosas en mis películas, muestro gente que habla y se mueve como los
paisajes, las caras, los gestos y sus comportamientos".
Terminé el té, cerré el libro y pensé en el placer de leer a artistas de verdad, auténticos, profundos, inteligentes y a la vez sencillos. A Rohmer nunca le gustó ser conocido. No asistía a fiestas, no hacía cine para recibir premios, a pesar de su inmensa fama. Lo que más apreciaba era pasear por París y que nadie lo reconociera.
Una forma de mirar la vida.
Terminé el té, cerré el libro y pensé en el placer de leer a artistas de verdad, auténticos, profundos, inteligentes y a la vez sencillos. A Rohmer nunca le gustó ser conocido. No asistía a fiestas, no hacía cine para recibir premios, a pesar de su inmensa fama. Lo que más apreciaba era pasear por París y que nadie lo reconociera.
Una forma de mirar la vida.
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