Sentado en un escalón de una
mezquita azul, escribo que se me acerca un viejo vestido con una gran
barba blanca y me dice que deje de escribir. Me alarga un vaso de vino.
Luego dice: ¡Bebamos y escuchemos serenamente el silencio del Cosmos!
Cierro los ojos. Al abrirlos la música sigue sonando, el vaso está vacío, el viejo ha desaparecido y hay un libro en el suelo.
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