sábado, 14 de julio de 2018

Mi alumno de Las Palmas.

Hace un par de años cené en un conocido restaurante de Las Palmas con la periodista canaria Ana Sharife, una mujer inteligente y elegante. El hijo del dueño del restaurante se alegró al verme aparecer, y nos invitó a champán. Había sido mi alumno en Madrid, como le ocurrió a su novia, que también estaba allí.

Desde ayer ya solo me queda su recuerdo, y esta foto tan cinematográfica que él nos sacó con cariño.

En ocasiones pienso en los miles de alumnos que he tenido en mi vida. Ellos siempre creen en mí, en lo que yo les cuento, en mi forma de ver el mundo. Les insisto en que hay dos cosas que no se pueden negociar en esta vida, la libertad y la independencia. Si uno agacha la cabeza ante sus jefes, ante los políticos, ante quien sea, es posible que consiga trabajo, dinero, poder, una pensión que le permita hacer un crucero por ahí cada año y acercarse a Benidorm o Marbella de vacaciones, que le den un puesto en una empresa o un gobierno, y cosas parecidas, pero jamás logrará lo más importante, quererse a sí mismo para así querer a los demás.

Hay una tercera cosa, tan importante como las anteriores, la bondad.

Mi alumno fue un hombre bueno.

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