Hace un par de años cené en un conocido restaurante de Las Palmas con
la periodista canaria Ana Sharife, una mujer inteligente y elegante. El
hijo del dueño del restaurante se alegró al verme aparecer, y nos
invitó a champán. Había sido mi alumno en Madrid, como le ocurrió a su
novia, que también estaba allí.
Desde ayer ya solo me queda su recuerdo, y esta foto tan cinematográfica que él nos sacó con cariño.
En ocasiones pienso en los miles de alumnos que he tenido en mi vida.
Ellos siempre creen en mí, en lo que yo les cuento, en mi forma de ver
el mundo. Les insisto en que hay dos cosas que no se pueden negociar en
esta vida, la libertad y la independencia. Si uno agacha la cabeza ante
sus jefes, ante los políticos, ante quien sea, es posible que consiga
trabajo, dinero, poder, una pensión que le permita hacer un crucero por
ahí cada año y acercarse a Benidorm o Marbella de vacaciones, que le den
un puesto en una empresa o un gobierno, y cosas parecidas, pero jamás
logrará lo más importante, quererse a sí mismo para así querer a los
demás.
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