No es la más bonita de mi Madrid, y
hasta me parece desangelada. Siempre está en obras, debido a la mente
creativa y posmoderna de los alcaldes que van pasando por el
Ayuntamiento, empeñados en emular al filósofo francés Jacques Derrida,
con su teoría de la deconstrucción. A veces no se puede caminar con
tanta gente como te encuentras (el otro día me metí en medio de un grupo
de japoneses porque me pareció ver a Murakami, y me di una vuelta por
el Madrid de los Austrias en su
compañía), ni tener un sitio libre en la esquina de la Mallorquina, el
clásico lugar de toda la vida para quedar. Y no olvido las colas que se
forman en los despachos de lotería, en los que se siguen vendiendo
sueños, o en la tienda más reciente de Apple, al otro lado.
Aun así siempre he pensado que esa plaza es el centro del mundo. Ese
reloj tan curioso de la fotografía nos dice cada año que la vida sigue y
que todos somos hermanos.
(Lo de Murakami es verdad. Durante los años en los que estudié la cultura, la literatura y la sociedad de Japón, para mi tesis sobre Haruki Murakami, conocí a una chica inglesa /japonesa /madrileña que se apellidaba así, y nos hicimos amigos. Le gustaba mucho esta canción, sobre todo si la cantaba Plácido Domingo, aunque fuera durante un precioso y plácido martes como el de hoy: https://www.youtube.com/watch?v=7ghLFgMH5mg).
(Lo de Murakami es verdad. Durante los años en los que estudié la cultura, la literatura y la sociedad de Japón, para mi tesis sobre Haruki Murakami, conocí a una chica inglesa /japonesa /madrileña que se apellidaba así, y nos hicimos amigos. Le gustaba mucho esta canción, sobre todo si la cantaba Plácido Domingo, aunque fuera durante un precioso y plácido martes como el de hoy: https://www.youtube.com/watch?v=7ghLFgMH5mg).
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