Thomas Pavel recoge una anécdota
que relata Mircea Eliade, y que resulta esclarecedora a la hora de separar el
mundo de la realidad y el de la ficción.
Todo comienza cuando un
folclorista rumano, que hacía un trabajo de campo, encontró en un
pequeño pueblo una balada sobre un novio embrujado por una celosa hada
que lo empujó a un precipicio unos días antes de la boda. “Un grupo de
pastores encuentra el cadáver del joven y lo llevan al pueblo, donde la novia
le canta un precioso lamento funerario. A su pregunta de cuándo ocurrió
tal acontecimiento, le dicen al folclorista que fue hace mucho tiempo:
in illo tempore. Ante su insistencia, terminan diciéndole que los hechos
se remontan unos cuarenta años y que la novia todavía vive” (Pavel, 1997).
Cuando el folclorista se entrevista con la novia (ya una señora mayor),
esta le asegura que su novio se cayó por un barranco, y murió horas
después entre dolores terribles. Después de regresar al pueblo, el
folclorista narra la verdadera historia, pero la gente le dice que la
vieja ha tenido que olvidarse de todo, después de tanto tiempo, y
volverse loca. La conclusión es que el mito era fiel a los hechos, y que
la verdad era mentira.
A veces la realidad se mitifica, dependiendo de
la supremacía de la enciclopedia del momento.
“¿Era Edipo Rey
ficticio en el sentido moderno? Para sus usuarios originarios,
ciertamente no, si es que por ficción se entiende un reino segregado del
mundo real sub specie veritatis” (Pavel, 1997). La historia es la que
ha convertido a Edipo en un personaje ficcional: la verdad desmitifica
los mitos, lo que se produce cuando la sociedad se seculariza y las
historias sagradas dejan de serlo. Un ejemplo es el trato que un autor
como Gide da a su Edipo. Lo interesante de la “anagnórisis” en esa obra
es que Edipo es capaz de reconocerse a sí mismo por pura reflexión
personal. Ahora Tiresias es un jesuita, y Gide lo critica como católico.
Edipo se individualiza, se separa de Dios y se convierte, por tanto, en
su propio Dios.
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