Ya sé que ser actor es una profesión, incluso ser actor de teatro -que sería la esencia de este trabajo-, pero aun así me parecen diferentes. El teatro lo está pasando mal, como tantas cosas, pero continúa abriendo sus puertas, como comprobé ayer mientras paseaba por las viejas calles del barrio de Malasaña y me detuve ante la cartelera del Teatro Maravillas, un lugar con mas de 100 años de antigüedad. Y como si por unos instantes volviera a mojar la magdalena de Proust me vino a la cabeza la primera vez que entré allí. Era una sala inmensa y parecía la pista de un circo. Todavía no sabía bien quién era José María Rodero, pero desde entonces su nombre ya no se me iría de la cabeza.
Representaba al caballo de la obra de Tolstói.
El 15 de octubre de 1979 se estrenó en ese teatro el espectáculo musical "Historia de un caballo", adaptación de uno de sus cuentos por parte del dramaturgo Mark Rozovsky y el poeta Yuri Riashentseu. La versión española era de Enrique Llovet, la dirección de Manuel Collado y los intérpretes principales José María Rodero, Francisco Valladares y María José Alfonso. La obra narra la historia de un caballo, Patizanco (Rodero), y su relación con los hombres, principalmente con su presuntuoso y despreocupado amo, el Príncipe Serpujovskoi (Valladares). Quizá las viejas lecturas de Rousseau llevaron a Tolstói a transferir a un caballo de carreras el conocido papel del salvaje libre que tanto impresionó a los lectores del siglo XVIII. Esta historia es de 1861, tres años antes del comienzo de la escritura de "Guerra y paz", y su autor es muy subjetivo. Este caballo, como cualquier otro de sus personajes pensantes, es él mismo.
Por la tarde, después de clase, releí el cuento y llegué a la conclusión de que no había demasiado desacuerdo entre el tiempo, el texto y mi memoria.
"Los hombres se dejan llevar por palabras y no por hechos. A la posibilidad de hacer tal o cual cosa, prefieren la posibilidad de hablar de tal o cual objeto en los términos convencionales establecidos por ellos. Y esos términos son los siguientes: "El mío, la mía, los míos, mi, mis". Los emplean al hablar de los seres animados, de la tierra, de los hombres y hasta de los caballos. También es común que una persona, al hablar de un objeto, lo califique de "mío". La persona que tiene la posibilidad de aplicar esa palabra a un gran número de objetos, es considerada por las otras como la más dichosa. No podré deciros cuál es la causa de todo este razonamiento. Muchas veces me he preguntado si será el interés el motivo de todo, pero siempre he rechazado la idea... Muchas personas me consideran propiedad suya... y no tiene otra significación que un instinto bestial al que ellos dan el nombre de "derecho de propiedad"... "Mi tienda", "mi almacén de ropa", "mis tierras"... Los hay también que emplean la palabra "mío" aplicándola a sus semejantes. Dicen "mi mujer" al hablar de una mujer que consideran como propiedad suya. El principal objeto que se propone ese animal extraño llamado hombre, no es el de hacer lo que considera bueno y justo, sino el de aplicar la palabra "mío" al mayor número posible de objetos. Esa es la diferencia fundamental entre los hombres y nosotros; y, francamente, aun prescindiendo de otras ventajas nuestras, bastaría esa sola para colocarnos en un grado superior al suyo en la escala de los seres animados..."
He encontrado en Youtube un breve audio de la representación de esta obra de teatro, con la voz de Rodero y los demás, y me he emocionado, francamente. Lo que no hace falta es que vuelva a preguntarme por las ideas que amueblan mi cabeza, con magdalena y sin ella:
https://www.youtube.com/watch?v=QdxbxZ11-ns
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