viernes, 2 de octubre de 2020

"La gaviota", de Chéjov, en el Teatro Abadía de Madrid.

Este montaje se iba a estrenar en marzo, pero lo ha hecho ahora. Y ha sido un placer verlo (estará hasta el domingo). "La gaviota" es un bello ejemplo de naturalismo moderno, una obra donde se habla de amor y de teatro. En esta versión de Álex Rigola (que fue director del Teatre Lliure, la Bienal de Venecia y los teatros del Canal) los actores son ellos mismos, con su ropa y sus nombres de verdad. Son tres actrices (Roser Vilajosana, Mónica López e Irene Escolar), el actor Xavi Sáez, un dramaturgo y director experimental (Nao Albet, el Tréplev de Chéjov) y un autor y director veterano (Pau Miró, como el Trigorin del escritor ruso) que hablan sobre sus deseos y su amor por el teatro. Los seis protagonistas aparecen en escena sin vestuario y sin ninguna voluntad de simular que son rusos del siglo XIX, aunque mantienen las tramas y los conflictos principales que propone el texto original. Y todos ellos, tanto los de hace más de un siglo como los de ahora, hablan del amor no correspondido, la frustación de la búsqueda utópica del hecho artístico y la insoportable levedad del ser. Y de tal forma nos cuentan sus conflictos y ambiciones, discuten sobre arte, se ríen de sí mismos, se critican y se alaban entre ellos. Y, por supuesto, también comentan los problemas de su profesión, el golpe que ha supuesto la pandemia para el teatro, el miedo al futuro.

Como si lo hubiera imaginado el mismo Chéjov o incluso yo mismo mientras me tomo el primer café de esta mañana y me voy a dar clase. Todos somos actores de la obra de teatro que es la vida y nos subimos a un escenario. A mí me gusta hacerlo.

 




 

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