lunes, 19 de octubre de 2020

"Acabo de terminar de leer "Los Cuentos de los Viernes", los he releído varias veces".

Esto lo escribió ayer por la tarde en una red social Francisca Arias Tovar.
 
Dijo más cosas laudatorias hacia el libro, pero no es necesario que las reproduzca. Creo que es suficiente con el hecho de que un lector diga de un libro que lo ha releído varias veces. Eso sí, añadió que ahora empieza a leer el otro libro que aparece en la fotografía que me envió hace un par de semanas, cuando mis dos libros de cuentos llegaron a su casa de Sevilla.

Ya he contado que esos dos libros son el resultado de un intento intelectual de entender el mundo de las redes sociales y de la IV Revolución industrial, en la que estamos instalados desde el año 2000. La literatura también tiene que adaptarse al mundo que vivimos y que el filósofo Javier Gomá, director de la Fundación March, llamó de la "segunda oralidad", cuando lo invité a la tertulia literaria. Los "Cuentos de los viernes", que publiqué durante varios meses, cada viernes, en la Revista Tarántula y en esta red social, persiguen eliminar el tiempo en la vida de dos amantes sin nombre, "él y ella", antes de que también desaparezca el espacio.
 
Este es un ejemplo (por cierto, así es como siempre he dado clase en la Universidad, mezclando la teoría con la práctica):
 
"El mar se encontraba en calma, caía la noche y envolvía el tiempo y el espacio, y los animales de madera y de colores se preparaban para revivir la constante aventura de cinco minutos.
 
Ellos se acercaron midiendo el tiempo que los unía. Se miraban a los ojos, como si el mundo no existiera. Cuando hacían el amor era como si la evolución de la humanidad no tuviera otro sentido que reunirlos en un espacio sin coordenadas ni música. Ojalá no nos parásemos nunca, dijo ella. Y él asintió y buscó su mano, y la besó, mientras su beso daba la vuelta a las aceras, a la playa, a la ciudad aún despierta. Los niños y sus padres nos están mirando, aseguró él señalando con la mano hacia el espacio comprendido entre su tiempo y el tiempo de los demás. No veo a nadie, seguía ella acariciándolo con la mirada. No distingo las casas ni las luces, añadió, solo creo en tu presencia cuando siento que me libero de mis recuerdos y los errores de mi vida.
 
En el instante en que los caballos dejaban de correr, ellos supieron que nunca podrían bajarse de allí".
 
("El tiovivo", "Cuentos de los viernes", 2015, Bartleby, Madrid, p. 17).
 

 

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