Ayer seleccioné para este espacio de las redes sociales un hermoso poema de la reciente premio Nobel de Literatura y me marché a clase.
Un día antes la pintora valenciana Matuka Nogales me escribió para decirme que había vuelto a ver la película argentina "El ciudadano ilustre" y le había recordado a mí. Es de 2016, está dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn e interpretada por un estupendo Óscar Martínez en el papel de un escritor que se llama Daniel Mantovani y también recibe el Nobel. Mantovani abandonó su pueblo natal de joven para residir en Europa y no había vuelto. En Europa triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus habitantes, a los que convirtió en personajes de sus novelas. La película comienza con el discurso de agradecimiento a la Academia sueca y continúa con la invitación que le hace el alcalde de ese pueblo de la Argentina profunda para nombrarle "ciudadano Ilustre". Contra todo pronóstico, decide cancelar su agenda y aceptar la invitación. Lo que podría haber sido una agradable estancia se convierte en un infierno ya que, por un motivo u otro, todo el mundo le envidia o le odia. Como una especie de reverso oscuro de la Ilustración, esta película reflexiona sobre el hecho del "todo por el arte pero sin el arte" tan paradójico como habitual en estos tiempos. Los dos directores señalan la cómica contradicción que supone la instrumentalización del arte en que no importa la obra, ni siquiera el mismo artista, tan solo la idea que este representa -el eslogan, la mercadotecnia- y cómo se puede utilizar.
Me hago estas reflexiones mientras tomo el primer café de esta hermosa mañana de otoño en Madrid, y sigo hablando de Argentina.
El mismo día en que me escribó Matuka también lo hizo la música argentina (y profesora de música) Hebe Rosell Masel para decirme que había estado paseando por mi perfil y quería agradecerme que citara una obra de flauta de Debussy. Con su permiso, reproduzco sus palabras: "Me encanta ser tu amiga, por lo que disfruté paseando liviana y alegre por tu perfil. Te cuento que estos últimos meses estoy retomando la flauta traversa después de más de cincuenta años. Estoy abrazando con todo el aliento y la emoción "Syrinx" de Debussy, que fue la dulce ave que más me gustó tocar. Y que era la pieza que mi padre ciego, músico y poeta, me pidió tantas veces que le aleteara para él. Y abría las ventanas de nuestra casita en un barrio humilde de Buenos Aires "para que saliera volando".
Tampoco quiero olvidar que ese mismo día fue el santo de mi amiga tinerfeña universal Charo Alonso Panero y que me envió muy temprano una botella de Möet Chandon para desayunar virtualmente con ella antes de irme a la Universidad.
Desconozco con qué brindan los ciudadanos ilustres a estas horas de la mañana, pero a mí no me importa hacerlo con champán y con mis amigos. Y bailar un tango, claro:
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