martes, 11 de octubre de 2022

"A la sombra de un león".

La literatura es tan seria como puedan serlo los juegos de los niños, que juegan realmente "en serio", algo que aprendí, entre otros, de Cortázar y Borges (en este último caso con su "Historia universal de la infamia", sin ir más lejos).
 
Cortázar dijo lo siguiente en una de sus últimas entrevistas:
 
"Para mí, la literatura es una forma de juego. Pero siempre agregué que hay dos tipos: el futbol, por ejemplo, que es básicamente un juego, y luego juegos que son profundos y serios. Cuando los niños juegan, aunque se divierten, lo toman en serio. Eso es importante. Es tan serio para ellos ahora como será el amor dentro de diez años. Recuerdo cuando era un niño y mis padres decían “Ya está bueno, ya jugaste bastante, ahora ven a bañarte”. Yo encontraba eso completamente idiota, porque, para mí, el baño era una tontera. No tenía ninguna importancia, mientras que jugar con mis amigos era algo serio. La literatura es como eso, es un juego, pero uno en el que podemos poner la vida. Uno puede hacer cualquier cosa por ese juego".
 
Cortázar murió con 69 años de cáncer, en 1984, no mucho después de que lo hiciera su segunda esposa, la escritora estadounidense Carol Dunlop, que era treinta años más joven (su primera mujer fue la traductora argentina Aurora Bernárdez, que lo acompañó casi 15 años; se separó de ella para unirse a su segunda pareja, la escritora y editora lituana Ugné Karvelis, que le transmitió un mayor interés por la política y con la que no llegó a casarse).
 
Y al final de esa entrevista dijo:
 
"Estaba en Barcelona hace un mes, caminando una tarde por el Barrio Gótico, y había una chica americana, muy bonita, tocando la guitarra muy bien y cantando. Estaba sentada en el suelo cantando para ganarse la vida. Cantaba un poco como Joan Baez, una voz pura y clara. Había un grupo de jóvenes escuchando. Me detuve a escucharla, pero me quedé en la sombra. En un momento, uno de esos jóvenes de unos veinte años, muy joven, muy apuesto, se me acercó. Tenía una tarta en su mano. Me dijo: “Julio, toma un trozo”. Así es que tomé un pedazo y me lo comí, y le dije: “Gracias por venir y dármelo”. Me respondió, “Escucha, te he dado muy poco comparado con lo que tú me has dado a mí”. Dije: “No digas eso, no digas eso”, y nos abrazamos y él se fue. Bueno, cosas como esa, son la mejor recompensa para mi trabajo de escritor. Que un joven o una chica se acerque a hablarte y te ofrezca un pedazo de tarta, es maravilloso. Vale la pena la molestia de haber escrito".
 
¿Me la cantas entonces mientras paseamos de la mano por la Gran Vía?
 

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