domingo, 16 de octubre de 2022

"Quien habla solo espera hablar a Dios un día".

Ayer fue el día de Santa Teresa de Jesús, esencial para Ávila. Me lo recordó por la mañana en un Wasap uno de mis íntimos amigos, el filósofo y profesor Patricio Herráez. Por la tarde me subí al coche y me fui a pasear por una de las ciudades españolas más hermosas, por donde llevo paseando toda la vida, casi desde que nací. La foto es en "Los cuatro postes" fuera de las murallas, donde la santa y su hermano fueron recogidos por su padre cuando se escapaban de la casa. Y allí "miré" al cielo y recordé un poema de Antonio Machado. Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido, dice Machado en su "Retrato" que inmortalizó Serrat, y a mí me sucede lo mismo, ya que nunca he sido capaz de seducir a nadie. Soy lo que he amado y lo que he vivido, los libros que he leído y la música que he escuchado, como esta canción de un disco de vinilo por el que nunca pasarán los años.

Mirar al cielo para mirar adentro:
 
RETRATO
 
"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
 
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
 
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
 
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
 
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
 
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
 
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
 
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
 
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar".
 
("Campos de Castilla", 1912).
 

 

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