sábado, 15 de octubre de 2022

"En nombre de la mala fe, de los falsos rumores y de la publicidad, yo te nombro periodista".

"Las ilusiones perdidas" tal vez sea la obra maestra de Balzac, y el director francés Xavier Giannoli la adaptó al cine el año pasado y yo acabo de verla. Lucien es un joven poeta de clase humilde que cree en la literatura. Abandona la imprenta familiar (como hizo el joven Balzac) para probar suerte en París, y en seguida descubrirá lo que sucede detrás de un mundo dedicado al beneficio y el fingimiento, en los que también caerá. La destrucción de su integridad empieza al ponerse a trabajar en un periódico que vende al mejor postor las columnas de opinión sobre las críticas de arte y literatura. "Puedes comprar cualquier cosa, es el progreso", señala el joven editor del periódico cínicamente. La película va más allá de la obvia sátira de los medios de comunicación y de los entresijos del mundo artístico, donde se pagan los artículos para que la crítica sea buena y luego se venden al mejor postor. O se compran los aplausos para que un estreno sea un éxito, lo que garantiza la fama que puede conseguir un periodista sabiendo jugar sus cartas. Se juntan los elementos de la tragedia shakesperiana y de la irreverencia del cine de Scorsese. No sería difícil extrapolarla a nuestros días, donde los "influencers" son los modelos de opinión pública, en un espacio en el que todos opinamos pero solo algunas voces son escuchadas. El pensamiento profundo es ignorado por las corrientes de discurso comerciales, en un mundo en el que la voz discursiva se ha segmentado en todo tipo de opiniones, sin que haya referentes intelectuales. Como en la novela de Balzac y la película de Giannoli solo interesan los chismes y los rumores, y no siempre se cuestiona si las noticias son falsas. Lo que importa es la opinión pública y, por supuesto, ganar dinero porque todo se vende y se compra.

En "Días de cine" de la 2 de RTVE se habla de la película, también con inteligencia:
 
Ahora me tomo el primer café de la mañana escuchando al músico más libre de la historia. Se comprometió de forma decidida con las realidades de su tiempo hasta convertirse en el representante de la generación de los grandes ideales universales, con una obra que es una declaración de principios y una revolución en sí misma. Y no se me ocurre nada mejor que escuchar a unos jóvenes Barenboim al piano (ahora que ha anunciado su retirada por problemas de salud), Zukerman al violín y du Pré (el ángel de la música) al cello.
A Balzac y a mí nos gusta mucho Beethoven:
 

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