martes, 30 de mayo de 2023

"Javier, poeta, en el Ateneo".

Javier Del Prado, catedrático emérito de literatura de la Universidad Complutense, es uno de los intelectuales más prestigiosos que hay en este país, como profesor y crítico, y un poeta que debería ser más conocido. Es un creador. Lo esencial de un poeta (de cualquier artista en el siglo XXI que pretenda comunicar algo nuevo tras Rilke, Eliot o JRJ) es tener un estilo propio y saber literatura. Se crea y se construye desde el conocimiento, lo que sucede con el edificio del arquitecto, que no queremos que se caiga, la escultura del escultor, el cuadro del pintor, la sinfonía del músico, la película del director y el texto del escritor. Si un texto se me cae de las manos es como si se me cayera un edificio encima. A veces le he escuchado decir que "he pensado más que he escrito", lo que me lleva a pensar en cómo se ha amueblado su pensamiento, y creo que a partir de tres ideas. El "existencialismo", con Kierkegaard, Nietzsche y más Camus que Sartre, la "fenomenología de la percepción" con Merleau-Ponti y "el simbolismo" de Bachelard, Poulet y Durand, lo que le llevó a que su tesis doctoral girara sobre "psicosemántica" aplicada a la obra de Patrice de la Tour du Pin, más desde el tematismo estructural que del propio estructuralismo. La influencia de los escritores franceses es evidente en su "pensamiento", desde Hugo, Stendhal, Flaubert, Mallarmé hasta Baudelaire y sus "correspondencias", pasado todo por el pensamiento de su maestro Jean Pierre Richard y sus análisis del tematismo, donde se detendría en su visión de Proust. Richard y Prado han buscado entender el concepto de "paisaje interior" con las ideas relacionadas con el sueño y la psicología del escritor, que consideraba la búsqueda continua de la felicidad no solo narrativa y figurativamente, en Verlaine, Mallarmé y Proust. Y pienso (como dije ayer para inaugurar el acto poético) en los elementos esenciales de la Naturaleza presentes en casi todos los poemas de Javier y en su percepción del mundo. El agua habla de disolución y de muerte, es la carencia de la forma. El agua fluye hacia su elemento contrario, la tierra, que es la forma, el elemento duro y cristalizado, la sustancia nítida del contenido. El aire es símbolo del Ser, de Dios, y el fuego la añoranza de la trascendencia. La vida es corriente, es disolución en agua, ceniza, viento, y voluntad de permanencia, de estabilidad, de estar (en sentido etimológico) que el ser quiere alcanzar, al menos en sueños. Este enfrentamiento se encarna en formas de "libertad", torrenciales o en un vendaval, y en las formas fijas como el soneto, algo que pusieron de manifiesto sus discípulas Lourdes Carriedo y Dolores Picazo, sentadas junto a nuestro presentador, José Manuel Lucía Megías, director de la sección de literatura del Ateneo (me presentó como "influencer" de la cultura, y de esto hablaré otro día cuando piense un poco en ello), Javier y yo. Enfrente de nosotros estaban los miembros de nuestra tertulia, incluidos la hija de Javier y mi hijo y su amigo Álex. Me refiero a Almudena, María José, Pilar, Oskar, Peter, Ceferino, Carmen, Concepción, Cristina, que acaba de estrenar su obra de teatro y sacó la primera fotografía que colgó en una historia de Instagram, Mariwan, Aurora, Susana, Marina, Juana, Begoña, Francisco Caro y Carlos DOrs, la escritora madrileña que vive en Tenerife Carmen Paloma Martínez, a la que presenté un libro en septiembre pasado, y hasta el mismo Jos Framis Bach (dormí en su casa de Mallorca en su día), que andaba por Madrid. 
 
En Madrid llovía, como metáfora del pensamiento de Javier que he comentado. He añadido un pequeño video al final del post que hizo mi hijo con la lluvia sobre el vivero de la calle Huertas, en lo que fue el pequeño cementerio de la iglesia de San Sebastián, la iglesia de Tirso, Moratín, Ramón de la Cruz, Barbieri, Echegaray, Benavente, Cervantes, Lope, Bécquer, la mayoría de los escritores románticos de España y el escenario de una de las más hermosas novelas de Galdós.
 
Ahora escucho la última obra que escuchó el padre de Javier antes de morir. De alguna manera casi toda su obra está escrita en busca del padre, como nos contó ayer, desde su nacimiento en Toledo, pasando por Alcobendas, África, Francia, Italia, País Vasco, Madrid, en fin, la vida de mi amigo, una vida de poeta:
 

 




 

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