martes, 9 de mayo de 2023

"Qué bien escribes, cabrón".

Esta graciosa y curiosa frase y la fotografía de mi novela "Entrevías mon amour" me las envió ayer por la mañana, por Wasap, el escritor Ferrán Guallar, profesor de escritura creativa en el Laboratori de Lletres en Barcelona y que será el próximo invitado a la tertulia de Casa Manolo, de lo que hablaré los próximos días.
 
Ferrán leía la página 17 cuando hizo la fotografía: 
 
"La mirada de Judith se perdió en los rincones de una habitación que en otra época estaban llenos de Cristos cubiertos de heridas que nos provocaban más repulsión que pena, santos amenazantes y coléricos que nos perdonaban la vida si nos cogían desprevenidos, vírgenes suplicantes a las que parecía que habían violado sus propios creadores a tenor del espanto que reflejaban sus rostros. Eran querubines que guardaban el camino del árbol de la vida. El viejo decidió retirarlos del templo contra la opinión de los feligreses, y traerlos hasta aquí. Algunos poseían valor, pero estaban mejor escondidos. Con el tiempo fueron incinerados en el basurero municipal, más allá de la autovía, un lugar al que ni siquiera los lobos se atrevían a acercarse".
 
Mientras me tomo el primer café, recuerdo las dos imágenes que motivaron este fragmento, muy distantes en el tiempo, pero que se unieron en mi mente cuando escribía la novela. Siendo adolescente el cura de La Adrada (Ávila) retiró todas las esculturas de la iglesia aduciendo que justificaban la idolatría. Muchos años después, en la primera noche que pasé en un hotel de la India, en Delhi, no dejé de escuchar aullidos de perros, que se convirtieron en lobos gracias a mi imaginación. Ambas anécdotas terminarían formando parte de la novela que publicó la editorial Bartleby en 2009, ante la insistencia de Manuel Rico, actual presidenta de la Asociación de Escritores de España (ACE), y que ahora, en la primavera de 2023, está leyendo en Barcelona Ferrán Guallar.
 
Supongo que es el poder de la literatura, como también la tiene la música a través de esta canción de Bob Dylan que se escucha en la novela:
 

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