Estoy a favor de los "avances" tecnológicos, como no podía ser de otra manera. Soy de "mi" época y además progresista, algo lógico porque llevo leyendo y estudiando toda mi vida. Y por eso creo en la evolución del ser humano, para bien. La tecnología está salvando muchas vidas en la Medicina y además contribuye a disminuir las diferencias económicas entre los países. No obstante, hoy me tomo un café pensando en lo que les "falta" a las máquinas. Ayer una ex alumna de este curso me comentó en un Wasap que lo que más le gustaba de esta foto en la reciente Feria del Libro del Retiro es la mano del alumno sobre la mía. La Fundación CYD (Conocimiento y Desarrollo) de Barcelona ha publicado los resultados de su ránking anual sobre las Universidades, según la enseñanza, el aprendizaje y la investigación. El primer lugar en cuanto a la enseñanza, es decir en el trato del día a día con los alumnos, se lo ha llevado la facultad en la que doy clase desde hace tiempo y también donde estudié mi primera carrera. Como es lógico lo que más importa al ser humano es lo que existe de humano en este mundo, algo que nunca podrá sentir una máquina, aunque lo intentara, el hecho de que un alumno sitúe su mano sobre la tuya en señal de "agradecimiento", de unión y continuidad del humanismo que no se perderá mientras algunos nos empeñemos en valorar más una caricia que un algoritmo. Es la pasión por la vida de la que hablé el otro día, la que desbordaba a los románticos. Ayer me pasé parte del día en un examen y después corrigiendo, y mientras lo hacía estuve escuchando una sinfonía de Chaikovski basada en un bello poema de lord Byron, "Manfred", una desesperada historia de amor. Siempre me acuerdo de esta sinfonía ya que no pude escucharla en directo, un domingo, en el Auditorio de Música de Madrid porque tuve que sacar a mi hijo para que no molestara. Tenía cinco años y era la primera vez que le llevábamos a un concierto. Ya escuchaba a Mahler, Beethoven, Bach, Haydn y Mozart desde el vientre de su madre, pues yo se los acercaba, pero era la primera vez que le llevábamos al Auditorio. A la media hora se levantó, se puso de rodillas en el suelo y comenzó a dibujar usando el asiento de mesa. La gente cercana protestó y tuve que sacarlo. Dentro seguía sonando Chaikovski, un compositor que siempre me recuerda que no soy una máquina, sino un tipo que vive la vida con la pasión de un ser humano:
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