Ayer por la mañana iba caminando a la Facultad a un examen y me encontré este cartel en la terracita de un bar. Saqué la foto y seguí mis pasos despacio, como siempre, sin prisa. No suelo tener prisa para ir a ninguna parte. Como leí en el Tao de crío, el camino de la vida es corto, solo hacia el interior de uno mismo. La verdad es que la cerveza no me gusta demasiado, y no la tomo salvo en contadas ocasiones, me dije, y, aunque no soy poeta, tal vez tenga corazón de poeta, como me decía aquella novia brasileña. ¿Qué habrá sido de Ruth después de tantos años? Nunca me animé a convertirla en alguno de los personajes femeninos de mis novelas o cuentos. Y no sé porqué. La última vez que nos vimos los dos íbamos vestidos de blanco, como la misma pureza. Habíamos visto la "Cenicienta", de Prokofiev, en la Zarzuela, uno de los lugares más bellos de Madrid. Siempre que escucho su música me parece ver a dos adolescentes caminando de blanco por Madrid y pienso en la pureza.
No, nunca me ha gustado ir deprisa a ninguna parte, ni la cerveza:
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