Me gusta callejear por Malasaña y Chueca. Ahora además están en fiestas y se ven banderas arcoíris por todos los balcones (la foto es "el beso de Nairobi y Tokio" de TvBoy que está en la calle Gravina). Y como comprobé ayer lo más bonito es que todo el mundo anda besándose por la esquinas y por en medio de la calle. La verdad es que besar es una costumbre francamente saludable, aunque yo casi nunca he tomado la iniciativa. De joven salí con una chica que me preguntó, a las dos semanas, cuándo pensaba darle el primer beso. Me extrañó porque era una joven moderna y estudiaba periodismo en la Universidad Complutense (por cierto, era amiga íntima de una de mis ex alumnas de entonces). Era guapísima, y darle un beso en seguida hubiera sido un placer, pero siempre me ha parecido que esas cosas solo deben ocurrir en el momento adecuado, y no antes. Así que me dijo que la acompañara dentro de una cabina telefónica porque quería llamar a su madre para comentarle que iba a llegar tarde esa noche; y una vez dentro se abalanzó sobre mí y me besó. A lo largo de mi vida me han besado mucho y de una forma siempre agradable, en los ascensores, en el coche y los aviones, en el tren, el Metro y el autobús, en el cine y el Thyssen y la torre Eiffel y las cabinas telefónicas (ahora me acuerdo de una vez en que una chica me negó un beso cuando nos despedíamos en la estación del tren a pesar de lo romántico y cinematográfico que es). En todo caso, mis besos siempre han empezado por un beso en la mano, ya que un beso de amor nunca se lo he dado a cualquiera.
Eso lo sabe bien la mujer española, porque cuando besa es que besa de verdad, como yo:
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