Álvaro tiene cerca de 70 años y el perrito que está en el banco, con él y conmigo, se llama Lolo. Sus hijos lo llaman "emperador". Un 16 de junio como el de ayer, pero de 1977, el Tribunal Supremo falló a favor de los vecinos del barrio de Orcasitas, al sur de Madrid. Aquel lugar les pertenecía y allí podían "levantar" sus casas, participando incluso en su construcción. Álvaro únicamente pensaba en "jugar" con sus amigos, pero recuerda que unos pocos años antes empezó el movimiento vecinal en Madrid, que todavía era ilegal, entre otras cosas porque Franco estaba vivo. Él iba al colegio de don Clemente, que ya no existe, y a una iglesia, también desaparecida, con un cura al que llamaban el "nazi". Sus hijos han prosperado, aunque me dijo que, lamentablemente, hay mucho tráfico de drogas en el barrio, y ahora los inmigrantes son diferentes. La población está envejecida, sigue sin haber Metro y hay algunos autobuses que te llevan hasta Embajadores. Yo nunca había estado en este sitio surgido en los años 50 del siglo pasado con los inmigrantes de Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y otros lugares. El Pozo del Tío Raimundo, Tetuán, San Blas, Canillejas, Entrevías, etc, fueron sitios similares. Me acordé de esos años en los que estuve pensando y escribiendo mi novela "Entrevías mon amour". La historia de este barrio, de la "Plaza de la Memoria Vinculante" está en Internet, en un conocido artículo del jurista Eduardo García de Enterría en la tercera de ABC y un libro del concejal con Manuela Carmena llamado Félix López-Rey y que continúa viviendo allí, según me dijo Álvaro. Nació en un pueblo de Toledo (como los padres de Álvaro), su profesión ha sido de vendedor de lotería y al principio de los 70 creó la Asociación de Vecinos de Orcasitas.
Sobre las 9 de la mañana me subí al Metro, me bajé en Usera y fui caminando hasta Orcasitas. Ayer empezó a hacer calor en Madrid. Una vez allí pregunté por la "Plaza de la Memoria Vinculante" a un señor que estaba sentado en un banco con un perrito, y me senté con él. Mientras escuchaba hablar a Álvaro y parecía que Lolo nos escuchaba como si supiera de lo que estábamos hablando, me decía a mí mismo que desconozco muchísimas cosas de la vida, del pasado de este país, de las historias cotidianas de la gente, y no sé si algún día seré un buen escritor de mi época, por muchos ensayos y tesis que se escriban sobre mi obra. En su post de ayer, mi amigo Javier del Prado dijo que uno de mis "pequeños errores o fallos o carencias" es que soy "solo un hombre de biblioteca y tocadiscos. Mi espacio, en su opinión, es el espacio mental de una persona que ha transitado escasa y transitoriamente por los espacios naturales y convivido poco y en poca profundidad con la materia. La realidad es materia, objetos y espacios. Y todo espacio es una metonimia en espesor del tiempo y de las historias que allí han ocurrido y le han dotado de un alma".
Está
bien que se metan un poco conmigo, incluso los amigos. Me canso de que
me llamen continuamente guapo, inteligente y todas esas cosas. Después
de todo que me dijeran de niño que tenía un "cociente intelectual" de
157 tampoco es para tanto, digo yo. En fin, voy a pensar un poco en lo
que escribió Javier en aquella tierra de los Sotelo, Calvo-Sotelo y
demás.
Al volver en el autobús 78 hasta Embajadores me dio por escuchar con los cascos esta canción del mismo año en que aquellos vecinos consiguieron el terreno para construir sus casas:
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