lunes, 3 de junio de 2019

"La poesía de las pequeñas cosas".

Puede encontrarse en una película serbia, triste, oscura, sencilla, la primera película de Ognjen Glavonić (1985), y cuyo argumento tan solo consiste en trasladar una carga en un camión de Kosobo a Belgrado en 1999, cuando la Guerra de los Balcanes. 

Las bombas de la OTAN caían por todas partes y a todas horas, y la gente tenía que sobrevivir sin mirar hacia arriba. La película está filmada desde el interior de la mente del protagonista, casi sin salir de la cabina del camión. Durante más de una hora lo que vemos es la tristeza y apatía de una vida sin sentido. Sin embargo, al final, cuando el taciturno conductor del camión tiene un diálogo con su hijo adolescente sobre su abuelo (que también vivió una guerra, pero lo hizo con los partisanos para derrotar a Hitler, no contra sus hermanos, sino a su lado), la pantalla se ilumina, y también mi cerebro de espectador. La cámara ya no se encuentra situada dentro de la mente del conductor, ya que él y su hijo la miran de frente. Con un simple cambio del punto de vista, descubrimos sus raíces, las del árbol donde enterraron al hermano de su abuelo, que murió en esa guerra, y de cuyo bolsillo nació un nogal. Años después el abuelo buscó ese lugar y lo encontró en seguida porque a su hermano le gustaban mucho las nueces y siempre las llevaba en el bolsillo.

Sales de los Golem y haces una fotografía del cartel de la película. Te dices que debes seguir siendo escritor para hablar de lo que casi nadie habla, de lo que no está de moda, de lo que no recibe subvenciones del Estado, de lo que no tiene poder ni dinero para comprar las voluntades ajenas, pero que resulta imprescindible para ser feliz.

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