Puede encontrarse en una película serbia, triste, oscura, sencilla,
la primera película de Ognjen Glavonić (1985), y cuyo argumento tan solo
consiste en trasladar una carga en un camión de Kosobo a Belgrado en
1999, cuando la Guerra de los Balcanes.
Las bombas de la OTAN
caían por todas partes y a todas horas, y la gente tenía que sobrevivir
sin mirar hacia arriba. La película está filmada desde el interior de la
mente del protagonista, casi sin salir
de la cabina del camión. Durante más de una hora lo que vemos es la
tristeza y apatía de una vida sin sentido. Sin embargo, al final, cuando
el taciturno conductor del camión tiene un diálogo con su hijo
adolescente sobre su abuelo (que también vivió una guerra, pero lo hizo
con los partisanos para derrotar a Hitler, no contra sus hermanos, sino a
su lado), la pantalla se ilumina, y también mi cerebro de espectador.
La cámara ya no se encuentra situada dentro de la mente del conductor,
ya que él y su hijo la miran de frente. Con un simple cambio del punto
de vista, descubrimos sus raíces, las del árbol donde enterraron al
hermano de su abuelo, que murió en esa guerra, y de cuyo bolsillo nació
un nogal. Años después el abuelo buscó ese lugar y lo encontró en
seguida porque a su hermano le gustaban mucho las nueces y siempre las
llevaba en el bolsillo.
Sales de los Golem y haces una fotografía del cartel de la película. Te
dices que debes seguir siendo escritor para hablar de lo que casi nadie
habla, de lo que no está de moda, de lo que no recibe subvenciones del
Estado, de lo que no tiene poder ni dinero para comprar las voluntades
ajenas, pero que resulta imprescindible para ser feliz.
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