viernes, 13 de septiembre de 2019

"El fricasé de la abuela o la pistola de Chéjov".

Una de las cosas que me gusta de ser escritor es contar lo que vivo, lo que amo, lo que viajo, lo que sueño, lo que como, pero no para contar mi propia vida (que solo me interesa a mí), sino la de cualquiera, que vive, ama, viaja, sueña y come.

Paseando tranquilamente por el barrio, me he parado hace unos minutos frente a "Casa Manolo", un restaurante y cafetería donde a veces como y desayuno, al que siempre han acudido muchos escritores, como el mítico Neruda, cuando vivió cerca, en la Casa de las Flores. El dueño es amigo y, al enterarse de que en mi novela "Las mentiras inexactas" aparecía su restaurante, pidió el libro a Lola Larumbe, la dueña de la Librería Alberti, que está en la calle de más abajo. Luego hemos hablado varias veces de la novela, de su protagonista, Nora Acosta, una profesora de literatura de la Complutense que también aparece por allí, o de José Luis Sampedro, que convertí en personaje. Lo que ahora quería decir mientras me tomo unos sandwiches en Rodilla es que el "fricasé" es uno de los platos clásicos de la casa (en la fotografía) y que mis personajes lo comen en más de una ocasión en la novela, como lo he comido yo muchas veces a lo largo de los años.

En realidad, estaba pensando en el famoso recurso literario que se conoce como "la pistola de Chéjov", que viene a decir que hay que quitar todo lo que no tenga relevancia para la historia. Si dices en el primer capítulo que hay una pistola colgada de la pared, en el segundo o en el tercero debe descolgarse. Si no va a ser disparada, no debería haber estado allí desde un principio.

Lo que puedo asegurar es que yo era más delgado antes de convertirme en escritor, jeje.

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