Me gusta escuchar los latidos del
corazón de la gente, igual que me gusta mirarlos a los ojos. Es una
forma de vivir y escribir, de dar clase, de pensar y pasear, de meterse
en una exposición o en el interior de un paisaje que no has visto nunca,
parecido al que veo ahora mientras amanece dulcemente. Es la manera de
cruzar la calle a esa persona que lo necesita o quedarse sentado en un
banco mientras alguien se te acerca para charlar porque le gusta
cómo vistes o simplemente porque ese día todavía no ha hablado con
nadie. Las personas necesitamos hablar unas con otras y escucharnos los
latidos del corazón. Es lo mismo que ocurre con las obras de
Rachmaninov. Anoche la pianista de un Café perdido en la inmensidad del
tiempo estuvo tocando algunos fragmentos. Cada vez que pulsaba una tecla
del piano, yo era capaz de escuchar los latidos de toda la Humanidad.
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