Llevo varias días escuchando las
sinfonías de Schubert. Lo hago cada dos o tres años, todas las
sinfonías, una detrás de otra, una y otra vez, como si fueran un río que
no deja de recibir agua por todas partes. Es mi manera de convencerme
de que se puede conseguir la perfección formal y dramática desde la
adolescencia hasta los 31 años, en que murió Schubert. Siempre he dicho
que yo escribo como si compusiera música, como si mis palabras salieran del oído, más que del cerebro. Y Schubert es uno de los culpables, en particular con la Octava y la Novena.
La Octava es su sinfonía incompleta, un díptico asimétrico y
equilibrado. Es un Allegro moderato, en el que se contraponen la tensión
dramática inicial y la naturalidad lírica, y luego un Andante en mi
mayor, en forma de agitado y tumultuoso vagabundeo, que alcanza al final
el descanso en una coda, cuya serenidad parece trascender el mundo.
Hay ríos cuya belleza es tal que a veces me pregunto si no es innecesario seguir escribiendo.
La vida sería escuchar a Schubert.
https://www.youtube.com/watch?v=TgZj4Vd3HHk
Hay ríos cuya belleza es tal que a veces me pregunto si no es innecesario seguir escribiendo.
La vida sería escuchar a Schubert.
https://www.youtube.com/watch?v=TgZj4Vd3HHk
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