Ayer por la tarde me encontré en la terraza de un bar a ocho de las alumnas que aparecen en esta fotografía (yo estoy sentado en el suelo, en el centro). Fue de las últimas fotos que nos hicimos antes de que comenzara la pandemia. Ahora sin mascarilla de nuevo, me dijeron que este año terminan la carrera. Aquella misma mañana su clase había elegido, casualmente, a los mejores profesores de esos cinco años, y yo estaba entre ellos. Como ya no son alumnas mías (nunca soy amigo de mis alumnos ni por supuesto hablo de mi vida privada con ellos, pero me gusta serlo de mis ex alumnos), les dije que también ellas estaban entre las alumnas más inteligentes y guapas a las que he dado clase.
Ya sé que esta mañana tenía que ponerme serio y hablar de Borges y la última tertulia on line del Café Gijón, pero la verdad es que soy bastante poco serio. Por eso, y como siempre, lo que me pongo es un traje, una sonrisa y unas gotas de colonia, como Marilyn, y me voy a la facultad caminando y escuchando con los auriculares a un grupo de jóvenes que gustó mucho a mis alumnos hace unos años. Es la vida y yo formo parte, de alguna forma, de la vida de más de 15.000 alumnos a lo largo de la mía.
Por cierto, la canción no va por nadie. Estar siempre entre chicos de 20 años es lo que tiene:
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