"A veces iban a aquella playa apartada, un lugar que no recogían los mapas, sin caminos de entrada y salida.
Se tumbaban sobre los cantos rodados y contaban el tiempo en que la Tierra tardaba en girar sobre sí misma. Leían libros perpetuos y se amaban entre sus páginas con la seguridad de que esos instantes no volverían a repetirse. El río de los sentimientos corría por sus venas mientras el agua salada acariciaba su piel. Cuando llegaban al final volvían a empezar, otra vez desde la primera frase, desde la primera página, a través de los mismos sentidos desbordados por el filo de la hoja y la piel, como si ellos también fueran personajes de la novela o el poema que escribían al acariciarse.
Siempre que las olas llegaban a la playa los dos sabían que cada uno nacía en el otro".
("Las olas", "Cuentos de los viernes", 2015, Bartleby, p. 19).
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Hace años cada viernes escribía un cuento, y poco a poco escribí un libro de cuentos que publiqué con Bartleby en 2015. El otro día su editor y amigo Pepo Paz Saz me envió esta foto de la biblioteca pública de Cerceda en la sierra de Madrid en una curiosa compañía, el clásico "Asesinato en el Orient Express" de Agatha Christie, y "La bibloteca de los libros perdidos", de Stuart Kelly, que dio lugar a una bonita película.
Por eso ahora me tomo un café mirando el mar desde mi acantilado, tomo el libro, con la preciosa portada de mi querida amiga Gabriela Amorós, y leo "Las olas".
La música para estos dos enamorados podría ser esta, aunque en el Sena haya pocas olas, salvo las que originan los suspiros de las parejas del Bateau mouche:
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