Un domingo por la mañana de otoño en Madrid, con frío y con sol, se pueden hacer muchas cosas, y todas bonitas, como pasear por la Casa Encendida ante los cuadros de Picasso mientras penetras en cada obra y divagas sobre su sentido y te inventas historias, ya que se supone que eres escritor:
También puedes meterte en el Auditorio de Música de Príncipe de Vergara (al lado tuve una novia de joven que tenía demasiado dinero para mi gusto, aunque su rostro era casi perfecto) con el fin de escuchar a Mitsuko Uchida (su integral de las 25 sonatas de Mozart es una de mis joyas) interpretando el Segundo concierto de piano de Beethoven. En algunos de mis textos he contado cómo descubrí la belleza de la música con 11 años mientras escuchaba el segundo movimiento de ese concierto. Fue mi propia "epifanía", que entendí mejor años más tarde tras estudiar y examinarme de una asignatura que se llamaba "Joyce, Proust y Kafka", y que me impartieron tres profesoras de filología de la Complutense, de los departamentos de inglés, francés y alemán, respectivamente (una, discípula de Javier del Prado, la catedrática Lourdes Carriedo, que he tratado después y ha participado en mis tertulias hablando de la nobel Annie Ernaux, entre otras cosas). O incluso mi propia "anagnórisis", que descubrí con las tragedias sobre Edipo y me explicó el también catedrático Antonio Garrido en la asignatura Géneros Literarios, que me terminó dirigiendo la tesis sobre Haruki Murakami. Tanto estudiar y leer a los clásicos me llevó a servirme de la Mitología Griega como espejo de mi novela "Entrevías mon amour" en particular en mis personajes de Edipa y Judith (esta última inspirada en Ifigenia).
Este podría haber sido el concierto que escuché ayer en Madrid (la primera foto la saqué en el Auditorio), aunque es en Buenos Aires, con Barenboim y Argerich:
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