"Al subir a acostarme, mi único consuelo era que mamá habría de venir
a darme un beso cuando ya estuviera yo en la cama. Pero duraba tan poco
aquella despedida y volvía mamá a marcharse tan pronto, que aquel
momento en que la oía subir, cuando se sentía por el pasillo de doble
puerta el leve roce de su traje de jardín, de muselina blanca con
cordoncitos colgantes de paja trenzada, era para mí un momento doloroso.
Porque anunciaba el instante que vendría después, cuando me dejara
solo y volviera abajo. Y por eso llegué a desear que ese adiós con que
yo estaba tan encariñado viniera lo más tarde posible y que se
prolongara aquel espacio de tregua que precedía a la llegada de mamá.
Muchas veces, cuando ya me había dado un beso e iba a abrir la puerta
para marcharse, quería llamarla, decirle que me diera otro beso, pero ya
sabía que pondría cara de enfado, porque aquella concesión que mamá
hacía a mi tristeza y a mi inquietud subiendo a decirme adiós, molestaba
a mi padre, a quien parecían absurdos estos ritos; y lo que ella
hubiera deseado es hacerme perder esa costumbre, muy al contrario de
dejarme tomar esa otra nueva de pedirle un beso cuando ya estaba en la
puerta. Y el verla enfadada destrozaba toda la calma que un momento
antes me traía al inclinar sobre mi lecho su rostro lleno de cariño,
ofreciéndomelo como una hostia para una comunión de paz, en la que mis
labios saborearían su presencia real y la posibilidad de dormir. Pero
aún eran buenas esas noches cuando mamá se estaba en mi cuarto tan poco
rato, por comparación con otras en que había invitados a cenar y mamá no
podía subir..."
(Los
Nocturnos de Chopin no son la música de la famosa sonata de Vinteuil que
atraviesa la novela de Proust, pero podrían haberlo sido. Cada vez que
releo a Proust recuerdo a Chopin:
https://www.youtube.com/watch?v=3mi145S-HfQ).
https://www.youtube.com/watch?v=3mi145S-HfQ).
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