Cada vez que veo una selfie o leo un
relato de autoficción me dan ganas de cortarme las venas. La sangre no
llega al río, claro, y siempre hago caso a mis alumnos cuando me dicen
que me las deje largas.
En realidad son dos maneras similares de
mirarse al ombligo, un producto del sistema capitalista que ha
triunfado en todo el mundo. En estos tiempos se comercializa con la
imagen y se comercializa con la vida privada, una de las señas de
identidad del sistema capitalista que ya no tiene enemigos en el horizonte.
Mientras me tomo el primer café de la mañana, tengo a mano las
"Memorias de ultratumba", de Chateaubriand, esa suerte de autobiografía
que muchos consideramos una de las grandes novelas francesas del siglo
XIX, lo que ya es decir. En ella se asiste al nacimiento de la
Democracia, tanto en Estados Unidos como en Francia, a lo largo de casi
3.000 páginas. De Chateubriand se decía que era un gran seductor, a
pesar de lo poco agraciado que era físicamente. Recuerdo que hace años
leí que una aristócrata francesa pasó una sola noche con él y dijo en
sus memorias que nunca la había podido olvidar.
Me gustaron tanto estas "Memorias de ultratumba" cuando las leí, y aprendí tantas cosas sobre la naturaleza y el carácter de los seres humanos, así como sobre el significado de la libertad, que no me hubiera importado hacerme una selfie con el vizconde.
Me gustaron tanto estas "Memorias de ultratumba" cuando las leí, y aprendí tantas cosas sobre la naturaleza y el carácter de los seres humanos, así como sobre el significado de la libertad, que no me hubiera importado hacerme una selfie con el vizconde.
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