Es obvio que
sé que este mundo no es un lecho de rosas. Aun así entre mis primeros
recuerdos está mi padre bailando conmigo en brazos, y eso no se olvida.
Escribí una novela dedicada a mi padre y a todos los que perdieron
aquella guerra, a todos los que pierden todas las guerras. Dediqué
veinte años de mi vida a hacerlo, porque hay cosas que un escritor debe
hacer. Mi padre era poco más que un niño y pasó frío y un sinfín de penalidades durante su exilio en el sur de Francia, pero jamás me habló mal de nadie.
Sonrío a la vida porque mi padre se lo merece.
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