El temporal había pasado y las olas
volvían a acariciar la orilla. La espuma se metía entre los dedos de
los pies y le hacía cosquillas, como cuando Ingrid se los besaba para
despertarle entre sonrisas.
Respiró hondo y siguió caminando
por la playa mientras pensaba en su vida itinerante, que le había
llevado a aquella isla y le había permitido conocerla a ella, la mujer
con la que quería pasar los últimos años de su vida. Estuvo a punto
de pisarla, pero retiró el pie a
tiempo. La botella estaba medio enterrada y tenía un brillo especial.
Pensó en moverla con el pie, pero decidió agacharse y mirar en su
interior. Tal vez escondiera un mensaje, se dijo, como en las historias
románticas que había vivido en brazos de mujeres maduras que le
enseñaron todo lo que sabía. Ahora su vida había dado un vuelco, a
pesar de que la gente los miraba con extrañeza. Esa historia no podía
durar, decían algunos. Seguro que ella le sería infiel con un tipo de
su edad, comentaban otros. Ellos reían y se pasaban el tiempo haciendo
el amor, hablando y caminando por la playa.
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