Solo hay tres temas en literatura, el tiempo, el espacio y el otro, y
ya se encuentran en los testimonios escritos más antiguos que se conservan. Siempre lo recuerdo cuando leo un
libro, como me ha ocurrido estos días con el primer libro de relatos de
Pepo Paz (Madrid, 1962), publicado en 2018 por la editorial
Demipage.
Pepo Paz es economista, editor, fotógrafo, escritor de libros de viajes y un sentimental que escribe muy bien.
El libro comienza con un breve y bello prólogo titulado "Dos pequeñas maletas", y en cuanto empezamos a pasar sus páginas comprendemos que están representados los tres grandes temas de la literatura universal que he citado al principio. Todo lo domina el paso del tiempo, pero a su vez todo está lleno de espacios y personas encerradas en ellos. Son esos "otros" que nos hacen a cada uno, tanto por lo que nos dicen como por lo que nos ocultan. A lo largo de 150 páginas, observo la mezcla estilística de una prosa cuidada y decidida a ser poética, con una intuitiva melancolía que me llevan a pensar en Conti, Aldecoa y Carver, aunque citar solo a estos autores tal vez sea demasiado reduccionista, pues se nota que el autor es un buen lector y además tiene buena memoria.
Las demás muertes son las muertes que nos importan, empezando por la nuestra, ya que vamos muriendo poco a poco desde que nacemos, por ejemplo, en el barrio de Canillejas de Madrid, que es donde nació el autor. Este barrio tiene una presencia constante en el libro y en el inconsciente de la mayoría de los narradores y protagonistas de los relatos, que alternan la primera y la tercera personas con fortuna. "Canillejas era su sueño", podemos leer en la página 31, dentro de "Lágrimas de cemento". "Allí había crecido, cuando el paisaje no era otra cosa que una campa pelada, y la tapia del cementerio la frontera con el mundo que se perdía hacia el Jarama y el bullicio de Alcalá".
El Jarama de Ferlosio y el Jarama de Paz, el río de la vida donde se siente el deseo de recordar para no olvidar o de imaginar que se recuerda, que es lo que hacen muchos de los personajes del libro. Por eso aparecen la abuela de la madre, el fútbol al que jugaban los niños, el lento paso del tranvía, los polvorones de la Nochebuena y los roscones de Reyes, las vacaciones de verano en el Cantábrico y los bailes de los sábados. En esos recuerdos, y gracias a la cuidada semántica que utiliza Pepo Paz en cada relato, los árboles son capaces de sonreírnos y las montañas de adquirir diversos colores que son más del alma que de la realidad. El discurso alterna, sobre todo, los estilos indirecto e indirecto libre, aunque en algún caso me ha parecido atisbar al "autor implícito".
Por otra parte Pepo Paz siempre se pone de parte de los más débiles ("Transeúnte" o "La huida imposible"), y al final regresa a cuidar del jardín de su casa, un lugar donde se siente feliz y el mundo se encuentra equilibrado, en orden. Esto ocurre en el último y más extenso relato, "Ciruelas en junio", lo que da un cierto carácter circular al libro, como si tuviera necesidad de cerrarse sobre sí mismo. La "casa" es su "locus amoenus" particular, y no creo equivocarme demasiado al decir que, para él, esa casa también es la literatura en la expresión más noble de la palabra.
Y es que encima de la bicicleta azul de la infancia se puede llegar a todas partes, incluso a los corazones de los seres queridos.
Pepo Paz es economista, editor, fotógrafo, escritor de libros de viajes y un sentimental que escribe muy bien.
El libro comienza con un breve y bello prólogo titulado "Dos pequeñas maletas", y en cuanto empezamos a pasar sus páginas comprendemos que están representados los tres grandes temas de la literatura universal que he citado al principio. Todo lo domina el paso del tiempo, pero a su vez todo está lleno de espacios y personas encerradas en ellos. Son esos "otros" que nos hacen a cada uno, tanto por lo que nos dicen como por lo que nos ocultan. A lo largo de 150 páginas, observo la mezcla estilística de una prosa cuidada y decidida a ser poética, con una intuitiva melancolía que me llevan a pensar en Conti, Aldecoa y Carver, aunque citar solo a estos autores tal vez sea demasiado reduccionista, pues se nota que el autor es un buen lector y además tiene buena memoria.
Las demás muertes son las muertes que nos importan, empezando por la nuestra, ya que vamos muriendo poco a poco desde que nacemos, por ejemplo, en el barrio de Canillejas de Madrid, que es donde nació el autor. Este barrio tiene una presencia constante en el libro y en el inconsciente de la mayoría de los narradores y protagonistas de los relatos, que alternan la primera y la tercera personas con fortuna. "Canillejas era su sueño", podemos leer en la página 31, dentro de "Lágrimas de cemento". "Allí había crecido, cuando el paisaje no era otra cosa que una campa pelada, y la tapia del cementerio la frontera con el mundo que se perdía hacia el Jarama y el bullicio de Alcalá".
El Jarama de Ferlosio y el Jarama de Paz, el río de la vida donde se siente el deseo de recordar para no olvidar o de imaginar que se recuerda, que es lo que hacen muchos de los personajes del libro. Por eso aparecen la abuela de la madre, el fútbol al que jugaban los niños, el lento paso del tranvía, los polvorones de la Nochebuena y los roscones de Reyes, las vacaciones de verano en el Cantábrico y los bailes de los sábados. En esos recuerdos, y gracias a la cuidada semántica que utiliza Pepo Paz en cada relato, los árboles son capaces de sonreírnos y las montañas de adquirir diversos colores que son más del alma que de la realidad. El discurso alterna, sobre todo, los estilos indirecto e indirecto libre, aunque en algún caso me ha parecido atisbar al "autor implícito".
Por otra parte Pepo Paz siempre se pone de parte de los más débiles ("Transeúnte" o "La huida imposible"), y al final regresa a cuidar del jardín de su casa, un lugar donde se siente feliz y el mundo se encuentra equilibrado, en orden. Esto ocurre en el último y más extenso relato, "Ciruelas en junio", lo que da un cierto carácter circular al libro, como si tuviera necesidad de cerrarse sobre sí mismo. La "casa" es su "locus amoenus" particular, y no creo equivocarme demasiado al decir que, para él, esa casa también es la literatura en la expresión más noble de la palabra.
Y es que encima de la bicicleta azul de la infancia se puede llegar a todas partes, incluso a los corazones de los seres queridos.
No conocía los trabajos literarios de Paz, gracias por acercarlos.
ResponderEliminarBuenas vacaciones de Pascua, Justo.
Gracias a ti por prestar atención a esos trabajos de Pepo Paz, Aurea. Un abrazo.
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