En vísperas de unas elecciones, quizá sea buena idea hablar de la
llamada "democracia de las emociones" a partir de los filósofos Walter
Benjamin, María Zambrano, Emmanuel Lévinas y Tomás Valladolid, y de una
curiosa anécdota que me ocurrió el otro día.
En un post que
escribí a principios de esta semana, mi amiga virtual Lorena Mancera
puso esta fotografía en mi muro como comentario, sin añadir nada más.
Tuve que ampliar la pantalla para leerla, ya que en el móvil solo había distinguido un dedo femenino sobre la página de un libro:
"El escritor Justo Sotelo, en su portal de Facebook, y en contraste con
este reino en constante y olvidadiza actualidad, no ha mucho se refirió
a Walter Benjamín para señalar dos advertencias: primera, que "el
pensamiento debe tener otro ritmo si quiere servir a la libertad y no
ser estéril"; segunda "que el aventurero que está, aparentemente, en
medio del desierto no se detiene en ninguna parte. Sabe que su objetivo
es encontrar la tierra prometida de la libertad". Magnífica forma, la de
Justo Sotelo, análoga también a la de María Zambrano, de defender la
perspectiva del ritmo exílico del tiempo y de la diáspora como
liberación". Ciertamente, no es lo mismo tener como objetivo la tierra
prometida de la libertad que fijarse como horizonte la libertad de la
tierra prometida. En este último sentido (que define a los variados
nacionalismos y otros tipos de ideologías) la libertad es una libertad
esclava, una forma más de servidumbre voluntaria. La imagen o la idea
que se tenga del ser humano (y de la ciudadanía) depende de esta
distinción. El "ethos" de la vida personal y colectiva está aquí en
juego, pues la libertad y la alteridad se vinculan de manera
radicalmente distinta, como a su vez dejó muy bien expuesto Emmanuel
Lévinas".
Después de leerlas, recordé que estas palabras aluden a una conversación que tuve hace meses con el profesor Tomás Valladolid Bueno.
Tomás Valladolid nació en Siles (Jaén) en 1959 y es doctor en Filosofía. Ha escrito varios libros y artículos sobre victimología, religión y política, justicia reconstructiva, pensamiento judío medieval, poesía y ética democrática, y memoria e identidad democrática. Sé que acaba de publicar y presentar un nuevo libro; lo que ignoraba es que yo apareciera citado en él. Me refiero a "La amistad debida" (Editorial Anthropos, 2019), donde analiza el espacio público de la virtud reordenado con el "ethos" de la amistad, del ideal de la humanidad. Tal virtud se condensa en la amistad democrática, la apertura a los otros y a ese otro que queremos ser según el deber de la amistad.
Me tomo un café mientras pienso cómo terminar de escribir este post; en realidad lo tengo fácil. A la amistad no se le puede poner un precio, como tampoco a la tierra prometida de la libertad.
Después de leerlas, recordé que estas palabras aluden a una conversación que tuve hace meses con el profesor Tomás Valladolid Bueno.
Tomás Valladolid nació en Siles (Jaén) en 1959 y es doctor en Filosofía. Ha escrito varios libros y artículos sobre victimología, religión y política, justicia reconstructiva, pensamiento judío medieval, poesía y ética democrática, y memoria e identidad democrática. Sé que acaba de publicar y presentar un nuevo libro; lo que ignoraba es que yo apareciera citado en él. Me refiero a "La amistad debida" (Editorial Anthropos, 2019), donde analiza el espacio público de la virtud reordenado con el "ethos" de la amistad, del ideal de la humanidad. Tal virtud se condensa en la amistad democrática, la apertura a los otros y a ese otro que queremos ser según el deber de la amistad.
Me tomo un café mientras pienso cómo terminar de escribir este post; en realidad lo tengo fácil. A la amistad no se le puede poner un precio, como tampoco a la tierra prometida de la libertad.
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