¿Por qué una tertulia literaria puede ser apasionada, divertida, interesante y culta?
¿Por qué pueden abordarse temas muy serios como las desapariciones de
personas en los primeros años de la Transición, del gravísimo problema
de la droga (sobre todo de los estragos que causó la heroína en España,
algo que también está presente en la última película de Almódovar de la
que hablé ayer por aquí) y de los secretos y mentiras de los poderes del
Estado, pero sin perder la sonrisa de
los labios y la buena educación? ¿Por qué se puede hablar de una bella,
profunda y lograda novela, "Crónica del último invierno", del escritor
madrileño Luis Quiñones, de 42 años, destacando los puntos esenciales de
la misma, pero sin exagerar las alabanzas, ni hacer la pelota al autor,
algo demasiado habitual en el mundo literario de este país y de
cualquier parte? ¿Por qué digo siempre que el lenguaje es el que puede
salvar a la literatura en este vertiginoso presente, dominado por
Internet y las redes sociales, con una tecnología que ha democratizado
la cultura y la información en todo el mundo, terminando con monopolios y
oligopolios, incluidos los países más pobres?
Para responder a estas preguntas y a otras muchas que no dejan de
surgir durante hora y media en una tertulia literaria madrileña, lo
mejor es pasarse todos los martes por el "Café Gijón" del Paseo de
Recoletos, entre Cibeles y Colón.
(El próximo martes los tertulianos no estaremos en ese lugar, porque será el momento de comer torrijas en otra parte).
(El próximo martes los tertulianos no estaremos en ese lugar, porque será el momento de comer torrijas en otra parte).
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