martes, 9 de abril de 2019

"Almodóvar y yo".

No conozco personalmente a Almodóvar. Lo más cercano que he estado de él ha sido a través de la que fue su jefa de prensa, Mercedes Barreira, a la que tuve como alumna en la Universidad hace muchos años. Nos volvimos a encontrar ella y yo cuando presenté un libro a otro alumno, amigo suyo, en la librería "Tres rosas amarillas" de Madrid, con una clara referencia al escritor norteamericano Raymond Carver. Mercedes se convirtió en una de mis tertulianas y hablamos mucho de Almodóvar.

Esto viene a cuento a raíz del estreno de su última película, "Dolor y gloria", un título que me recuerda la novela de Graham Greene "El poder y la gloria", términos que, a su vez, aparecen en el Padrenuestro; como se ve no hay nada nuevo bajo el sol. Con Almodóvar me ocurrió durante mucho tiempo casi lo mismo que con Allen, Rohmer, Tanner, Kieslowsky o Kar-wai, que no me perdía ninguna de sus películas cuando se estrenaban. Tal vez por eso no me apetecía demasido ver su última película (lo que hice ayer), porque es posible que sea su testamento. Es una buena película (ni mejor ni peor que otras), pero con esa carga de "autoficción" que no me convence en el arte. Me ocurre como a la "madre", ya de mayor, que interpreta Julieta Serrano (lo mejor de la película, con diferencia), a la que tampoco le gusta la autoficción. Es algo que me sucede también con la literatura. Creo en la creación de mundos posibles, la construcción de esos mundos desde la nada, no en la mímesis o copia de lo que ya existe, aunque sea la vida de cada uno. Me parece que el "pacto de ficción" es lo que da sentido al arte y la literatura.

Y dicho eso se me pasaron las dos horas volando.

(Por cierto, en la foto que he puesto el único que mira de frente es el niño).

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