miércoles, 7 de agosto de 2019

"El peral salvaje", de Nuri Bilge Ceylan.

Cómo escribir una novela mientras se hace una película.

Sinan es un apasionado de la lectura y siempre ha deseado ser escritor. De regreso al pueblo donde nació, tras estudiar Magisterio en la Universidad, se esfuerza por reunir dinero y publicar la novela que ha escrito, pero las deudas de su padre con el juego le atrapan.
Llevo dos días hablando de Homero y Ulises, y no deja de ser curioso que me meta en el cine para ver una película turca que acaba de estrenarse en España, "El peral salvaje", de Nuri Bilge Ceylan, que sucede junto a la mítica Troya (la primera imagen que se ve es la del caballo de madera). Ceylan me interesa como creador desde que tuve la suerte de ver sus dos películas anteriores, "Érase una vez en Anatolia" (2011) y "Sueño de invierno" (2014), de la que hablé en su día por aquí y que continua pareciéndome una de las películas más importantes de lo que llevamos de siglo XXI. "El peral salvaje" son más de tres horas, su ritmo es lento, casi estático, y es como si Ceylan escribiera la novela de Sinan mientras hace la película, algo que me parece apasionante y muy creativo (la primera versión duraba casi cinco horas, lo que también resulta curioso en esta época que nos ha tocado vivir en la que no dejan de hacerse efímeras fotografías para colgarlas rápidamente en Instagram). Los personajes hablan todo el rato, mientras abordan los temas que nos interesan a los seres humanos, el amor (imposible o no), el sentido actual de la religión, la creación artística, particularmente la literaria, y la relación entre un padre y su hijo, sin duda lo más interesante y profundo de la película. Ambos son dos perales "torcidos", salvajes, un poco fuera de la sociedad en la que viven. Como dice el propio director, todo lo que esconde un padre acaba saliendo siempre en la figura de su hijo.

Para todos los seres humanos es esencial el hecho de arriesgarse a salir de casa y mezclarse con otros, pero es posible que eso suponga la pérdida de la identidad. Si ese temor a explorar los derrota, terminarán encerrados en sí mismos y dejarán de crecer y evolucionar. Y lo mismo sucederá si creen ser únicos en su identidad, y no se les acepta socialmente. Quizá acaben desgarrados por la imposibilidad de dar una forma creativa a esas contradicciones y su incapacidad por rechazarlas.

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