martes, 27 de agosto de 2019

"En torno a la figura de Franz Kafka".

Dos de los miedos que acechan al hombre y la mujer contemporáneos son la percepción que tienen de sí mismos y la agresividad del entorno en el que viven. En esto no creo que hayamos cambiado demasiado con relación a otras épocas, pero el aumento del nivel de vida también ha originado el miedo a perderlo. Nuestra pequeñez es tan evidente que se agudizan los problemas psicológicos, por mucho que utilicemos al cura, al psicólogo o las redes sociales para ponerles remedio.

Anoche me dormí leyendo un artículo de María Rodríguez Velasco titulado: "La pesadilla de Gregorio Samsa: Kafka y la Metamorfosis". Supongo que a estas alturas hay pocas cosas que llamen mi atención y además María es inteligente y escribe muy bien. Su artículo se dirige hacia el interior de las personas. Y yo voy a hacerlo hacia el exterior mientras me temo el primer café de la mañana.

En el siglo XX se borraron las fronteras entre el mundo natural y el mundo sobrenatural, y surgió un mundo intermedio entre el llamado mito clásico y el moderno. El ser humano no tiene que defenderse del terror primitivo ante un mundo terrible que lo amenaza. Ahora ya empieza a entender al cosmos impenetrable y no necesita utilizar la red simbólica de dioses y héroes que le permitían enfrentarse al absolutismo de la naturaleza, pero eso le deja solo ante sí mismo y ante los demás. En la actualidad el peligro está en otra parte, como explica Kafka en la mayoría de sus cuentos y sus dos novelas principales, "El proceso" y "El castillo". En la primera, la autoridad ordena el arresto de Joseph K., pero no le dicen el motivo. Más tarde se sabrá que ha sido cosa de La Corte, que, por otra parte, seguirá oculta e invisible hasta el final. Igualmente la sede del poder en "El castillo" se muestra oculta en una colina, atravesada por la niebla y la oscuridad; después se podrá leer que el castillo se perfila claramente, pero K. será incapaz de alcanzarlo. La lucha entre los agentes ficcionales se escribe en el dominio de las sombras, y los códigos modales tienen sentido porque no se puede identificar a esos agentes.

Cuando estudié la carrera de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada hacía tiempo que era catedrático de Economía y sabía que la cátedra se me quedaba pequeña. No obstante, seguí estudiando y ahora continúo leyendo a tipos como Kafka, más actuales que nunca, y a escritoras y psicólogas como María Rodríguez Velasco, que todavía tienen cosas que decirme, en este caso sobre el miedo a nosotros mismos.

Este es su artículo:

https://amanecemetropolis.net/la-pesadilla-de-gregorio-samsa-kafka-y-la-metamorfosis/
 


 

1 comentario:

  1. Un inteligente artículo, bien diseñado y estructurado de una gran persona, psicóloga y escritora como es María en el que pone el acento en la percepción, el equilibrio personal y autoestima que tenía el protagonista de La Metamorfosis. La imagen de uno mismo ante los demás y ante la realidad es algo de lo que nos podemos evadirnos ya que se hace patente en todos nosotros. Los miedos ante la soledad y el sufrimiento originado en el ser humano nos hacen débiles y mutables, evitan que afrontemos nuevos retos y metas. Vernos transformados ante los demás nos induce a aislarnos y ocultarnos en ese “capazón” que todos llevamos puesto. Nuestros cambios y transformaciones físicos o psíquicos nos aíslan, nos acomplejan y nos instalan en una burbuja. El miedo nos invade, nos enmascaramos y nos atrincheramos. Pero como dice nuestra escritora María, con el tiempo “el dolor desaparecerá y uno escrutará su dolor en el espejo”. Esta literatura del absurdo, de lo increíble, de lo complicado, del sinsentido en la que Kafka se veía sumergido e identificado se relaciona con el psicoanálisis freudiano y lacaniano. Kafka y sus complejos, la relación con su padre y el ajuste de cuentas con él, el mismo que le persiguió hasta su muerte. Esa soledad le conduce a Kafka a inmiscuirse en lo oscuro, lo tenebroso, en una continua vacilación de un mundo sórdido y terrible que sin duda, se vierte en su escritura. Excelente Justo y María. Un beso

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