jueves, 15 de agosto de 2019

Torna ai felici dì".

Un amanecer en un lugar casi inaccesible, que resulta difícil de encontrar en Google, un autobús destartalado que se pega peligrosamente al borde del desfiladero cubierto por la niebla, unos viejos auriculares y la voz de Plácido Domingo cantando un aria de la primera ópera de Puccini. 


Es una aldea de la Selva Negra donde se celebra la fiesta de compromiso entre Anna, hija del hombre más rico, y Roberto. Este debe ir a Maguncia para hacerse cargo de una herencia, lo que inquieta a Anna, que teme que la olvide. Una sirena seduce a Roberto durante su viaje y la joven muere de tristeza y se une a las Villis. Estas son novias muertas antes del día de la boda, que no pueden permanecer calladas en la tumba. En sus corazones muertos, en sus pies muertos todavía queda ese amor por la danza que no pudieron satisfacer. Si encuentran a alguien por el camino debe bailar con ellas hasta morir. El padre de Anna, desesperado por la muerte de su hija, clama por la venganza. Si la leyenda de las Villis es cierta, se dice, que Anna se levante de su tumba y, con sus compañeras, haga justicia sobre el traidor Roberto; así él podrá pasar sus últimos días en paz. Roberto vuelve a la aldea, más atormentado por el remordimiento que por el temor a las Villis. Mantiene la esperanza de que ella viva y le perdone, pero la voz de Anna es la de un espectro. "Ya no soy el amor, soy la venganza", anuncia al que fue su prometido. Anna y las Villis le obligan a danzar sin descanso, haciendo oídos sordos a sus súplicas para que tengan piedad. Y mientras Roberto cae muerto, las jóvenes espectrales desaparecen. El padre sale entonces de su casa. "Dios es justo", dice, al ver el cadáver del joven ante su puerta.

(Es una leyenda eslava que el poeta Heinrich Heine trasladó a Alemania, y que yo cuento en Facebook antes de bajarme del autobús. El paisaje que estoy viendo se lo quedan mis ojos).

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