"Confío en que nos veamos en cuanto pase esta crisis, que nos
reforzará como humanidad. Corren tiempos para rememorar a tu querido
Camus y a mi querido Saramago, o viceversa".
Es parte de un mail
que me envió ayer una querida amiga. "El entranjero" y "La peste" de
Camus son dos de mis obras preferidas y pertenecen a mi adolescencia.
"Ensayo sobre la ceguera", de Saramago, lo leí mucho más tarde. De
alguna forma las tres novelas hablan de lo mismo.
Ruth González Montero es una
abogada de Aranjuez (en realidad de Ocaña, que está al lado) a la que
quiero mucho. Fue mi alumna en una asignatura de Libre Elección que
impartí varios años y se llamaba "Los grandes libros de la literatura
universal". "Ensayo sobre la ceguera" es la obra maestra de José
Saramago. Comienza con un hombre parado ante un semáforo en rojo que se
queda ciego de repente. Es el primer caso de una "ceguera blanca" que se
expande con una increíble rapidez. En una cuarentena o perdidos en la
ciudad, los ciegos deberán enfrentarse con lo más primitivo que existe
en el ser humano, la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. "Ensayo
sobre la ceguera" es la ficción de un autor que alerta sobre "la
responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron". Saramago nos
obliga a parar, cerrar los ojos y ver. El hecho de recuperar la lucidez y
rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que
es igualmente una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad.
"Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que
somos", declara uno de los personajes. Tal vez el deseo más profundo del
ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el nombre que le falta.
Por aquella época invité a Saramago a mi tertulia, lo que aceptó con
sumo agrado después de decirle que acababa de estar José Luis Sampedro.
Al final no pudo venir, y lo arreglé incluyendo su fantasma y el de
Sampedro en "Las mentiras inexactas", la novela que he dedicado a poner
un nombre a las cosas de la literatura.
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