Esta noche he tenido un sueño. Éramos dos
vagabundos que recorríamos el mundo convencidos de su inmensidad.
Atravesábamos ríos y desiertos, subíamos montañas y dormíamos en lo más
alto. Escribíamos todo lo que veíamos en cuadernos de colores, y lo que
no veíamos lo guardábamos en lo más profundo del corazón. Y juntos
llegábamos hasta el final del arcoíris, donde nos esperaba una sonriente
Judy Garland, que acababa de recorrer su camino de baldosas amarillas.
Ahora, al buscar en Youtube la canción
de Mancini para escucharla mientras me tomo el primer café de esta
hermosa mañana de primavera, y antes de empezar a dar un montón de
clases por videoconferencia, he encontrado una bellísima versión para
coro y orquesta interpretada en mi Auditorio Nacional de Música de
Madrid. Parece ser que la idea del concierto era ayudar a financiar una
escuela para 200 niñas en Uganda. Lo primero que he pensado, mientras
apuraba la taza de café, es que seguro que a Holly y a Audrey les
gustaría.
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