Uno de los problemas
que he tenido siempre en mi vida (en realidad no sé si es un problema)
es que lo intento entender todo, intelectualizar todo lo que ocurre a mi
alrededor. Ayer me pasé parte del día en la terraza mirando al cielo, a
los pájaros, pensando en lo que sentiría Olivier Messiaen cuando
compuso esta obra de cámara tan importante para la música del siglo XX.
Se encontraba prisionero en el campo de concentración de Görlitz,
escribió el cuarteto en 1940 y allí mismo realizó la primera audición
de la obra, el 15 de enero de 1941 ante cientos de prisioneros. Fue
liberado meses después, volvió a Paris y comenzó a dar clases de armonía
en el Conservatorio, en el que tuvo como alumnos a los que llegarían a
ser destacados compositores como Pierre Boulez, la pianista y su segunda
mujer Yvone Loriod o el propio Karlheinz Stockhausen. Empiezas con la
liturgia de cristal, entre las tres y las cuatro de la mañana, que es
cuando despiertan los pájaros, por ejemplo un mirlo solitario o un
ruiseñor expectante ante el silencio de la noche. Y continúas con el
ángel que anuncia el final de los tiempos, que tiene un pie en el mar y
el otro en la tierra, lo que te lleva al abismo de los pájaros, del
tiempo, con su tristeza y su cansancio. El violoncelo se expresa
lentamente -es la palabra de Jesús-, hasta que llega la danza de la
furia, de las siete trompetas. Es la música de la piedra, el sonido del
granito que nos conduce a la red de arcoíris, cuando el ángel anuncia de
nuevo el fin de los tiempos. Ahora un solo de violín de apodera del
silencio. Es Jesús hecho hombre, la palabra hecha carne, la inmortalidad
que se levanta para comunicarnos la vida.
Parece ser que algunos prisioneros lloraron cuando acabó la obra.
Estaban a varios grados bajo cero y afuera nevaba. Hoy es 29 de marzo
de 2020, y tengo tanto que aprender y que entender:
https://www.youtube.com/watch?v=QAQmZvxVffY
https://www.youtube.com/watch?v=QAQmZvxVffY
No hay comentarios:
Publicar un comentario