Ayer
por la tarde -después de dar una clase por videoconferencia- apareció
misteriosamente en mi ordenador esta foto de hace unos años donde estoy
vestido de blanco casi de arriba abajo junto a Xiaori Yu y Patrick
Toumba, estudiantes como yo del Máster de Literatura Española en el
Edificio E de la Universidad Complutense. Unos meses antes había
terminado la carrera de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
en el mismo sitio. Observo la fotografía
con curiosidad mientras me tomo el primer café de esta mañana y se me
ocurre pensar en algunas cosas. Aunque hacía varios años que ya era
catedrático de economía y había publicado varios libros tanto de ficción
como científicos, necesitaba continuar aprendiendo. Sabía de sobra que
me iban a hablar de algunos autores, libros, estilos y paradigmas
literarios que conocía, pero me daba igual. Me apetecía conocer
opiniones distintas a las mías, así como a profesores especialistas en
Mitología, Lenguaje Literario, Crítica Literaria, la Biblia, Dante, y de
los grandes libros de la historia, como la Odisea, Las metamorfosis, la
Comedia, el Quijote (llegué a estudiar cinco asignaturas sobre él, una
incluso sobre la ropa y la comida de su época). Y es que resulta
gratificante hablar de Hugo, Galdós, Joyce, Proust, Góngora, Lope,
Kafka, Faulkner, Dickinson, Wordsworth, Eliot, Woolf, García Márquez.
Tal vez por eso conocí entre aquellas paredes a algunos de los mejores
escritores de este país, a médicos de cerca de ochenta años deseosos de
aprender literatura, a arquitectos que estaban fascinados con la poesía
de Miguel Ángel, a jóvenes pintoras que querían dominar las palabras y
que yo les hablara de Mahler y Cortázar y de la forma en que los había
incorporado a mis novelas (sin que me enterara, una de aquellas jóvenes
escribió varias frases que dije en una exposición que tuve que hacer
como alumno sobre "Rayuela", las pasó a una cartulina, la plastificó y
un tiempo después me la regaló tomando un café).
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