sábado, 21 de marzo de 2020

"Los trenes en mi vida".

Hubo una época en la que cogía muchos trenes, por eso cada vez que paso por la estación de Atocha recuerdo algunas de las escenas más literarias de mi vida. Me parece que los trenes que se van por las vías hacia el horizonte representan la despedida perfecta para las historias de amor imposible. Yo siempre he vivido historias de amor "posible" en los trenes. Los besos que he dado y recibido apasionadamente en los artísticos vagones que imitaban a las habitaciones de París y Londres del siglo XIX me han sabido a fresas y champán, aunque a lo mejor es que estábamos dentro del hotel. Más tarde quizá el tren cogiera una curva para doblar la montaña o las orillas del lago, y se reflejaba el cabello de ella en los cristales, como si se alejara de pronto de mis manos y volviera en un instante para ser atrapado por la ansiedad de los dedos. También se veía el reflejo de su cara y de la mía a través del cristal y de un beso, ese que no dejábamos de darnos desde el primer beso y nos hacía más perfectos. Luego, en algún momento, ella podía bajarse del tren y echar a correr, o a lo mejor lo hacía yo. Las despedidas no dejan de ser románticas. A veces los amores posibles son imposibles.

Aunque quizá todo esto sea mentira. 

Solo soy un escritor de novelas y cuentos, y a lo mejor nunca me he subido a un tren. Lo que sí me gustan son los finales literarios y cinematográficos, con música de piano.

Eso ya lo sabe la mirada de tus ojos:

https://www.youtube.com/watch?v=zmFOghquoBg

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