Es una frase
de Mahler. Me gusta escuchar sus sinfonías en el coche, entre montañas y
cascadas, con las ventanillas abiertas, dejando que la emoción se
apodere de todos los sentidos y también de la piel. La Segunda Sinfonía,
"Resurrección", resulta esencial para constatar que los mundos posibles
del arte tienen identidad propia. La escuché en directo por primera vez
dentro de una iglesia del norte de Inglaterra, en el Lake District.
En la mayor parte de los países europeos donde he estado se interpreta
música clásica en las iglesias, aunque sean localidades pequeñas, algo
que lamentablemente no ocurre en España. Con esa sinfonía Mahler plasmó
la idea de inmortalidad a través de la liturgia cristiana. Para un judío
la resurrección existe, pero sin una significación específica, por lo
que se propuso entender el cristianismo; solo de esa manera podía
reflejar en la música su abismo interior. El mundo resucita en el
itinerario vital del músico. En el primer movimiento asistimos a los
funerales del héroe, el "Titán" que ha muerto en la primera sinfonía. El
dramatismo de la muerte se ennoblece con el consuelo de la
resurrección. Durante el verano de 1893, Mahler busca un lugar tranquilo
para dedicarse a la composición de sus obras. Y este lo encuentra en un
pequeño albergue en Steinbach junto al lago Attersee, cerca de
Salzburgo. Allí construirá una casita donde desarrollará su trabajo
creador. Escribe el andante, el tercer movimiento, scherzo, y la
introducción al movimiento final. Desea terminar la obra con un
movimiento coral, al estilo de Beethoven, pero no encuentra el texto
apropiado. En febrero del año 1894 muere Hans von Bülow y asiste a su
funeral. El coro interpreta la coral de Friedrich Klopstock
"Auferstehn", "resucitar". El mismo día diseña esquemáticamente el
movimiento, pero no le dará forma hasta el verano siguiente. Para las
personas no creyentes representa un canto a la utilidad de la vida,
dándole un valor que trasciende más allá de su propia naturaleza. En el
fondo es solo música y lo que puede expresar no son teorías filosóficas.
Se limita a hacernos partícipes de unos sentimientos y si estos
sentimientos nos producen un estado de bienestar. Existen innumerables
versiones de la Segunda Sinfonía. Me gustan muchas, como la de Claudio
Abbado en Lucerna (2006), pero la de Dudamel con los jovencísimos
músicos de la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela (de nuevo en los Proms
de Londres) quita, literalmente, el aliento. Después de unas
entrevistas, la sinfonía comienza en el minuto 7.20.
Con Mahler aprendí desde joven que no se trata de hablar de Dios, sino de hablar con Dios:
https://www.youtube.com/watch?v=rKrsEbjXYX8
https://www.youtube.com/watch?v=rKrsEbjXYX8
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