Empecé a leerlo cuando
salió el año 1976, siendo un adolescente. A lo largo de más de media
vida, no dejé de leerlo ni un solo día, con la excepción de Navidad y
Año Nuevo, en los que no salía a la calle. Y esto sucedía aunque
estuviera en el extranjero. Me había acostumbrado a las pequeñas manchas
de tinta en los dedos tras pasar las hojas de atrás a adelante. Por ahí
leía a Fernández-Santos, Haro Teclen, Carlos Mendo, Francisco Umbral,
Antonio Gala o a Soledad Gallego-Díaz, que ayer ha dejado de ser su
directora (la primera mujer desde la fundación del periódico). El hecho
de que entre sus fundadores estuviera el hijo de Ortega y Gasset (conocí
a la familia durante los meses que trabajé en una oficina del Banco de
Bilbao situado en la calle Zurbarán esquina con Monte Esquinza,
aprendiendo el oficio de broker, del que no tardé en aburrirme porque
solo consistía en ganar dinero en medio de un estrés insoportable y que
no es bueno para la salud). Cuando el ERE de hace unos años casi dejé de
leerlo, pero a veces me vencía la curiosidad y lo leía a escondidas de
mí mismo si lo encontraba en cualquier parte, en un café, una biblioteca
o un aeropuerto. En verdad que en los últimos años los periódicos se
están convirtiendo en una especie de revistas temáticas, unas veces
cercanas al HOLA y otras a un "reality show". Los jóvenes ya no leen la
prensa escrita tradicional y muchos todavía no se han apercibido de
ello. Por otra parte, los dueños de mi periódico son ahora bancos y
fondos de inversión con los que nunca me tomaría un café.
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