Esa rodilla podía ser "La rodilla de Clara" (1970), la película de Eric
Rohmer, uno de mis directores favoritos, pero es "La rodilla de Justo".
La escritora es Almudena Mestre y la librería es el mítico quiosco que
siempre ha estado en la Plaza Santa Bárbara de Madrid, junto a Alonso
Martínez. La terraza es de la cervecería Santa Bárbara, uno de esos
lugares donde más veces me habré sentado
en mi vida. Al lado estuvo hasta hace bien poco el CUNEF, el Colegio
Universitario donde estudié la carrera de Económicas. Y ahí quedé el
otro día con Almudena para tomar algo, ya que no nos veíamos desde la
última tertulia del mes de marzo en el Café Gijón. Tampoco soy Jerome,
un escritor y diplomático de mediana edad que intenta conquistar durante
las vacaciones de verano (todas las películas de Rohmer suceden en
verano) a Clara, una joven de 17 años que tiene novio y que es la hija
del dueño de la residencia donde se encuentra. Ni Almudena es Aurora, la
novelista italiana que anima a Jerome a que siga adelante con una
operación de seducción que tiene mucho de afirmación personal. En
realidad yo casi tengo más que ver con el propio Rohmer. Era un artista
tan celoso de su intimidad personal como coherente con su misma idea del
arte. "Si el precio a pagar a cambio del éxito tiene que ser la quiebra
de mi libertad o mi intimidad, entonces lo considero demasiado caro, y
por consiguiente, inasumible", escribió en una carta al director de un
festival de cine al que no quiso ir. Hay una cosa que me gusta mucho del
cine de Rohmer, su análisis objetivo de la subjetividad de sus
personajes, que nunca paran de hablar en sus películas. Rohmer no juzga y
se limita a desvelar la complejidad de sus personajes. "La rodilla de
Clara" refleja el "efecto Gauguin" con los colores uniformes de la ropa y
las montañas lisas y azules sobre el lago de Annecy, cerca de
Talloires, al este de Francia. Por su situación entre cumbres alpinas y
sus efectos de luces, este lago ha despertado siempre gran interés entre
los pintores. El cuadro más conocido es "El Lago Azul", de Paul
Cézanne. Los traslados en barca a motor, los días claros que se alternan
con la bruma, una fuerte tempestad y el aire alpino de montaña buscan
un efecto dramático, no solo físico, en los espectadores.
La bebida que más me gusta en esta época del año es la horchata, y
sobre todo la que sirven cerca de la catedral de Valencia, y con unos
fartons. Una vez me subí a un tren en Atocha y me fui a Valencia solo
para tomar una de esas horchatas. El otro día no había horchata en la
terraza de la fotografía. Almudena pidió dos jarras de cerveza y se
bebió las dos. Yo no tomé nada, me limité a hablar y a escuchar, como en
el cine de Rohmer. Mientras volvía a casa pensé que no me importaría
darme una vuelta por el este de Francia en busca del cuadro de Cézanne y
el efecto Gauguin.
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