Chopin nunca estuvo en Madrid, sino en
Mallorca, pero siempre que entro en el jardín colgante del Príncipe de
Anglona me parece escuchar su primer Concierto de piano. Me refiero a un
pequeño jardín histórico de 500 metros cuadrados que está situado en la
parte de abajo de la Plaza de la Paja, en el Madrid de los Austrias. Es
de 1750 y aún conserva su estructura original. Se abrió al público en
2002 y desde entonces he estado en muchas ocasiones, como ayer por
la mañana durante mi paseo diario. Mi relación con la música del
compositor polaco viene de la niñez. Viví un año entero en Mallorca con
seis años y por todas partes se hablaba de Chopin. Quizá en aquella
época ya empezara a ser escritor, aunque todavía no lo supiera ni
hubiera leído las novelas de Víctor Hugo ni los poemas de Musset, Heine
y Baudelaire. Creo que tan románticos son los colores y las formas en
tumulto de un Delacroix como las levísimas gradaciones que adquieren las
luces y las sombras que Corot proyectó en sus paisajes. Las sinfonías y
los poemas sinfónicos de Berlioz y de Liszt, las óperas de Spontini y
Meyerbeer, los dramas líricos de Wagner nacen de ese apasionado
espíritu romántico, como ocurrió con los lieder de Schubert y la
música para piano de Schumann y Chopin. Y esa es la música que fui
escuchando ayer con los auriculares.
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