jueves, 11 de junio de 2020

"El principito" y la "alegría" como experiencia teatral.

El pasado 6 de abril, en los momentos más duros de este confinamiento, se cumplieron 77 años de la publicación de una de las obras más hermosas de la literatura. Una amiga me regaló hace años una novela de Olga Lucas -la mujer de José Luis Sampedro-, y anoche encontré entre sus páginas este texto donde cuenta su primera experiencia en un escenario representando "El principito". Yo apenas lo recordaba.

"La vivencia del aquí y ahora es un reto al que me enfrento a diario ya que mi tendencia es a la evasión, a estar presente a medias. No recuerdo ninguna obra de teatro en la que haya mantenido una atención constante como espectadora; sin embargo, al estar al otro lado, sobre el escenario, el 31 de mayo de 2003, durante hora y media no existió ni el pasado ni el futuro. Una compañera del colegio mayor adaptó El principito a diálogo para poder representarla y repartió los papeles entre algunos de los colegiales. A mi me tocó ser el principito por mi voz aniñada, no porque supiera interpretar. De hecho, era la primera vez que me subía a un escenario. Pude ver la evolución de la obra desde cerca, cómo podía ir creando mi personaje y cómo mis compañeros hacían lo mismo con el suyo. Experimenté todo tipo de sentimientos hacia el texto. Al principio ni siquiera me gustaba, luego llegué a odiarlo porque nada salía como la directora esperaba. Pero un día se produjo un “clic”, o fue algo que se desató dentro de mi, el caso es que lo entendí. Cerca del día del estreno, comprendí el sentido de la obra, cómo el principito era el reflejo del aviador, por qué hacía tantas preguntas... algo fue creciendo y llegó al clímax la noche del estreno. A pesar de ser un grupo de aficionados intentamos no descuidar ningún detalle, ni de la interpretación ni de la puesta en escena. Recuerdo que sonaba Alegría, de El circo del sol, minutos antes de que se abrieran las puertas del salón de actos. Esa música ambientaba varios momentos de la obra y nos ayudaba a meternos en nuestros papeles. La directora nos habló del momento presente, de disfrutar de lo que estábamos haciendo, de quienes éramos cada uno en la siguiente hora y media. Creo que nadie se acordó de quién era en la vida real hasta la mañana siguiente. La concentración que experimenté mientras duraba la representación no la había vuelto a repetir hasta que retomé, años más tarde, el yoga, donde la energía de la clase me ayuda a mantener la mente “aquí”. Durante esa hora y media el público no existía, aunque mirara al patio de butacas veía aquello que mi principito estaba viendo, el desierto al aterrizar en la tierra, las estrellas cuando estaba en su pequeño planeta discutiendo con la rosa... Sentí el dolor de haber abandonado aquello que más le importaba, o me importaba, una flor que era mi única amiga; también expliqué minuciosamente al aviador cómo había que quitar las raíces de los baobabs para que no se hicieran dueños de mi planeta y cuidé al cordero que estaba encerrado en la caja dibujada por el aviador. Pude ver en el zorro a mi amigo, sentí miedo de la serpiente y de sus amenazas, luego el alivio al comprender que la muerte que ella me podría dar me llevaría de vuelta a mi planeta. Todo es ficción. Lo que acabo de describir está en un libro que ha leído prácticamente todo el mundo, los espectadores sabían lo que iba a ocurrir en cada momento. La diferencia es que yo lo viví, sé que si hubiera formado parte de los que nos miraban en las butacas hubiera mirado el reloj, me hubiera movido en el asiento, me habría parecido que se hacía larga, pero sobre el escenario el tiempo no existía, no tenía conciencia de él. Solo la siguiente frase que tenía que decir estaba en mi cabeza, no porque me la supiera de memoria, sino porque era la única respuesta lógica que podría dar a mi interlocutor".

Ahora escucho la música que ha citado mi amiga. Casualmente dos alumnas de este curso me acaban de exponer un trabajo sobre El Circo del Sol, y además ayer por la mañana me encontré en la terraza de un Café a dos amigos que tomaban el sol tranquilamente y, en cierto momento, les hablé de la entrañable pareja que formaron Olga Lucas y José Luis Sampedro, y que de alguna manera reflejo en una de mis novelas.

La Alegría es contagiosa:

https://www.youtube.com/watch?v=X3f_yyGr46Y

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