Ayer tuvimos una de las tertulias más profundas, intelectuales y literarias que recuerdo. Antes me había dejado llevar por la profundidad de la literatura de Antonio Tello (en la tercera foto) y dedicado a estudiar la técnica y la profundidad semántica de su obra. Tras unos problemas con el ordenador y los cortes de luz en su Argentina del interior, Antonio nos dijo que se hizo escritor para buscar el mito, para desentrañar lo que podía haber de él en la literatura; Camus ya había dicho que el mito estaba muerto y por eso él quiso resucitarlo. En ese sentido ha escrito sus cuentos, novelas y poemas (a partir de estos géneros quise estructurar la tertulia). Siempre ha buscado la palabra descarnada y fundadora, la que traza combinaciones sintácticas impensadas y se aleja de las significaciones preestablecidas y esquiva lo retórico, para vincularse a sonoridades e imágenes insólitas. La que inaugura mundos plurales llevando el lenguaje mismo al borde de la disolución (nada que ver con lo que se lee a diario en tantos sitios, realmente sonrojante).
El nivel de la tertulia no lo puse yo, por supuesto, sino las personas que intervinieron. María Rodríguez Velasco hablando de sus cuentos en la primera foto, en la segunda Mariwan Shall de las influencias urbanas o no de su obra (citó al gran Macedonio Fernández), sus compatriotas Leonor y Viviana mostrando un gran interés por distinguir entre la Argentina porteña (ay, el tango) y la del interior (como la de su Córdaba natal y vital), y su gran amigo español Jorge, en la cuarta foto, al que conoció en Sitges hace 40 años (Antonio se exilió en París y después en Barcelona, y ahora vive entre su Córdoba natal y la ciudad española), que nos habló del Antonio más humano. En un momento en el que se fue la luz en la casa de Antonio, pedí a Jorge que nos contara alguna anécdota y mencionó dos muy significativas del origen de Antonio como escritor casi desde la adolescencia, cuando le regalaron "La Odisea" y siempre que volvía a casa de misa y su madre le pedía que le "contara" la ceremonia religiosa con detalle.
Antonio busca los efectos del relámpago (el significante) y el rayo (el significado), que tan bien nos explicó Saussure. Y en esa conjunción es cuando exije la participación del lector, lo que da lugar a la frase que he puesto al principio y que le gusta repetir. Es el esfuerzo para penetrar en sus cuentos, reunidos en "El mal de Q", 2009, en sus novelas, representadas por la excelencia de "El hijo del arquitecto", 1993, que leí en su momento, y "Los días de la eternidad", 1997, y en su poesía, que inició con "Sílabas de arena" (2004). Aquí es donde profundiza en esa tentativa utópica de la que yo hablaba hace un rato, y penetra en la lengua, pregunta a sus sustratos últimos y, rozando el vacío del silencio, se asoma al reverso de las palabras, a esa zona indeterminada donde acontece lo indecible: un trazo fluctuante, un silabeo y un latido que desbordan el lenguaje y se confunden con la sustancia primordial de la vida: "Ese alfabeto no humano que anida en el origen".
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